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Los Claretianos vuelven a Villagarcía de Arosa
Fue un desgarro. Intentamos no hacerlo. Pero las cifras daban pocas alternativas. A pesar de que son cada vez más los laicos, hombres y mujeres, que asumen importantes responsabilidades eclesiales, el descenso del número de misioneros y sacerdotes ha ido obligando a los claretianos a abandonar templos y parroquias. La lista de los últimos años es larga: Medina de Rioseco, Cartagena, Belmonte de Miranda, el Pueyo, Palencia… Así en septiembre de 2017, tras noventa y tres años de presencia y con gran dolor de corazón, los Misioneros nos fuimos de Villagarcía de Arosa.
Por eso, en estos momentos social y eclesialmente tan duros, ha sido una alegría poder colaborar a que Villagarcía y su comarca, sobre todo sus familias más necesitadas, afronten la pandemia y sus consecuencias sociales y económicas. Los Claretianos tenemos planes para el edificio. Es nuestro deber, siempre en el marco del derecho y la justicia, rentabilizar nuestros bienes. Somos una comunidad extendida por más de sesenta naciones y muchas partes del mundo dependen de lo que desde Europa podemos compartir con ellas.
Pero esta vez no ha habido duda. Nuestros intereses pueden esperar. El inmueble que durante décadas nos sirvió de vivienda en Villagarcía puede acoger a quienes estos meses lo necesiten. La llamada, siempre cortés y delicada, del Ayuntamiento, no tuvo mucho que esperar. Concello y Provincia ha firmado un acuerdo y bajo supervisión municipal una buena parte del edificio comenzará a utilizarse cuando las autoridades lo estimen oportuno. La configuración del inmueble hace de él un buen lugar para que personas solas o pequeñas familias pasen allí el confinamiento o tengan unas comodidades que en otros sitios pueden faltarles. El ayuntamiento, muy coordinado con entidades como Caritas y Cruz Roja, ha ido habilitando espacios para las personas sin hogar y velará también por la llegada de alimentos a quienes usen las habitaciones ocupadas durante décadas por los claretianos.
Nunca quisimos decir ‘adiós’ a una villa y una diócesis en la que nos encontrábamos realmente a gusto. Es una alegría, con el apoyo desde el primer momento del arzobispo de Santiago, poder arrimar el hombro en esta circunstancia. Ojalá la necesidad no tenga que prolongarse mucho en el tiempo y los viejos muros de la casa lleven a muchos recuperación, salud y felicidad. Al final quizá podamos celebrar en 2024 que llegamos cien años atrás y que nunca nos fuimos del todo.