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El papa Francisco, a la comunidad del Instituto de Vida Religiosa ‘Claretianum’

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Estáis celebrando el 50 aniversario de la fundación del Instituto ‘Claretianum’ de Teología de la Vida Religiosa. En este medio siglo, son muchos y preciosos los servicios que habéis prestado según el espíritu y la misión de san Antonio María Claret, que tanto trabajó para sostener y promover la vida consagrada en sus diversas formas. Vuestras publicaciones, vuestros trabajos me han ayudado mucho en mi vida de formador de jóvenes seminaristas.

Habéis llevado adelante en la Iglesia el deseo de estar cerca de las comunidades de vida consagrada y ayudarlas. Es conocida en todo el mundo la aportación de los Misioneros Claretianos a las familias religiosas, mediante el acompañamiento espiritual, la iluminación doctrinal y sobre todo el asesoramiento jurídico. Prueba de ello son vuestras publicaciones y revistas, algunas de las cuales tienen más de cien años. En lo que ahora se llama dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, los cardenales Arcadio María Larraona y Arturo Tabera, así como el Padre Jesús Torres -lo recuerdo mucho, era bueno, siempre en segundo plano- dejaron su impronta, mientras que otros misioneros han sido y son válidos colaboradores en este y otros dicasterios.

Tras el Concilio Vaticano II, la fundación del Claretianum y el Instituto Teológico de Vida Religiosa Madrid y, siguiendo sus huellas, los Centros Superiores de Manila, Bangalore, Bogotá y Abuja tienen un resultado muy positivo. En estas décadas todos han prestado y siguen prestando un fecundo servicio a la comprensión y desarrollo de la teología de la vida consagrada. Sus programas articulan los orígenes y las dinámicas carismáticas, cristológicas, históricas y canónicas. Su atención a las aportaciones de las ciencias humanas ha ayudado a ofrecer un rostro más humano de la vida consagrada. No exagero, pero vosotros, con vuestro trabajo, habéis humanizado mucho la vida consagrada. Damos gracias a Dios por las múltiples expresiones de la actividad de vuestros Institutos, que han ayudado a muchas personas y comunidades: jornadas de estudio, semanas y congresos, el acompañamiento a los capítulos y gobiernos de toda clase de institutos, sociedades de vida apostólica, y nuevas formas de vida consagrada. Gracias por la vida y el servicio de los seis Institutos, pero también por las iniciativas que habéis promovido y seguís impulsando en muchos otros lugares: México, Polonia, Reino Unido, Indonesia... Vuestra presencia es muy visible en las Iglesias locales y en las conferencias de Superiores Mayores de todo el mundo. Y recuerdo también mi primera experiencia como obispo en el Sínodo de 1994: ¡Cuánto ayudasteis en aquel Sínodo sobre la vida consagrada! Vuestra influencia fue muy positiva, siempre abierta, siempre quitando miedos infundados.

Os agradezco de manera especial la atención prestada a la difusión del Magisterio de la Iglesia, tanto de los Papas como de los dicasterios más ligados a la vida consagrada.

En este tiempo en que la Iglesia quiere vivir más intensamente su vocación sinodal, me gusta señalar que vuestro servicio a la vida consagrada ha estado marcado por el deseo de poner en práctica lo que tanto valoraba san Antonio María Claret. En efecto, no sólo habéis mantenido la comunión con la Sede Apostólica, con los pastores de las Iglesias particulares y con las confederaciones de superiores mayores, sino que también habéis trabajado para compartir vuestro servicio de animación y renovación con otras vocaciones y ministerios eclesiales: religiosos con otros carismas, sacerdotes diocesanos y laicos.

Os animo a seguir sirviendo a la vida consagrada con espíritu claretiano, es decir, con vuestro ser misionero. La vida consagrada no puede faltar en la Iglesia y en el mundo. El padre Claret repitió también aquellas palabras de santa Teresa que recuerda san Juan Pablo II en la Exhortación Vita Consecrata: "¿Qué sería del mundo si no fuera por los religiosos?" (núm. 105). Vuestra ayuda a los consagrados y consagradas, antes que intelectual, es un testimonio, una confesión de que Jesús es el Señor. El primer servicio de vuestros Institutos teológicos debe ser el de ofrecerse como casas de acogida, de alabanza y de acción de gracias; como lugares donde se comparten carismas y crece el deseo de vivir el espíritu de las bienaventuranzas y el discurso escatológico. En ellos debe manifestarse la comunión y fomentarse la opción por los pobres y la solidaridad, la fraternidad sin fronteras y la misión en constante salida. Con esta disposición se apreciará más el don de la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo.

Hoy la vida consagrada no puede dejarse desanimar por la falta de vocaciones o por el envejecimiento. Esto sería una tentación, un desaliento: "¿Pero qué debemos hacer?". Este es el desafío. Quien se deja llevar por el pesimismo deja de lado la fe. Es el Señor de la historia quien nos sostiene y nos invita a la fidelidad y a la fecundidad. Él cuida de su "resto", mira con misericordia y bondad su obra y continúa enviando su Espíritu Santo. Cuanto más nos acerquemos a la vida religiosa a través de la Palabra de Dios y de la historia y creatividad de los Fundadores, más capaces seremos de vivir el futuro con esperanza. La vida religiosa se entiende sólo desde lo que el Espíritu hace en cada una de las personas llamadas. Hay quienes se fijan demasiado en el exterior (estructuras, actividades...) y pierden de vista la sobreabundancia de gracia que existe en las personas y comunidades. Por eso, por favor, aléjense del espíritu de derrota, el espíritu de pesimismo: esto no es cristiano. El Señor no dejará que falte su cercanía con el pueblo, lo hará de un modo u otro, pero es Él quien importa.

Aun sabiendo que ya os enfrentáis a muchos desafíos de nuestro tiempo, quisiera invitaros a subrayar el valor de la fidelidad en el seguimiento de Jesús según el espíritu de los Fundadores y cuidar con atención la vida comunitaria. En una época en la que el individualismo está tan extendido, ¡prestad atención a la vida comunitaria! Os exhorto a vivir la interculturalidad como camino de fraternidad y misión, y a promover el encuentro entre las diferentes generaciones en la vida consagrada, en la Iglesia y en la sociedad. Quiero enfatizar esto: el encuentro entre las diferentes generaciones. Los jóvenes necesitan pasar el rato con los ancianos, tienen que hablar, y los ancianos necesitan pasar el rato con los jóvenes. Mirad hacia adelante, según la hermosa profecía de Joel (cf 3,1-2). Con este diálogo, con el espíritu, los viejos soñarán y los jóvenes profetizarán. Serán capaces de ir hacia adelante, pero con el sueño de los ancianos. Por favor, no dejéis que los ancianos mueran sin soñar: es parte de su misión. El encuentro será realizado por jóvenes. Que vuestros jóvenes se relacionen asiduamente con los ancianos y que los ancianos se relacionen así también con los jóvenes. A partir de cierto momento, después del Concilio, existía la mentalidad de reestructurar las cosas y algunas congregaciones alejaron a los ancianos en una casa para mayores. ¡Por favor, esto es criminal! Es curioso, unas religiosas -estoy pensando en un caso concreto- religiosas ancianas, que trabajaban bien, después de dos meses en la casa de ancianos se fueron al otro mundo. ¡Murieron de nostalgia, de tristeza! Los ancianos deben morir soñando, y los que hacen soñar a los ancianos son los jóvenes, que deben ocupar el lugar de los ancianos. No olvidéis esto: dejadlos hablar...

Hace cinco años, con la Constitución Apostólica Veritatis Gaudium, precisé la contribución de los estudios eclesiásticos y de los centros teológicos a la nueva etapa de la misión de la Iglesia en la que nos encontramos. Os agradezco mucho el empeño con que habéis acogido mi llamamiento, y os exhorto a buscar siempre nuevos caminos para servir al Señor y al santo pueblo fiel de Dios, y como ya os he dicho en otras ocasiones, no tengáis miedo. Cultivad cada vez más el estilo de Dios ¿Y cuál es el estilo de Dios? Es simple: cercanía, compasión y ternura. Él mismo lo dice, en el Deuteronomio: “Piensa, ¿qué pueblo tiene sus dioses tan cerca como tú me tienes a mí?”. Cercanía, que es compasiva y tierna. Cercanía, compasión y ternura: este es el estilo de Dios. Seguid ayudando a muchos consagrados y consagradas a ser “una especie de Evangelio desplegado a lo largo de los siglos” (CIVCSVA, Instrucción Partir de Cristo, 2). No os canséis de ir a las fronteras, incluso a las fronteras del pensamiento; abrid caminos, acompañad enraizados en el Señor para ser audaces en la misión.

San Juan Pablo II ya advertía del peligro que supone para la vida consagrada la disminución de la consideración por el estudio. Descuidar la teología, la reflexión, el estudio, las ciencias, empobrece el apostolado y favorece la superficialidad y la ligereza en la misión (cf. Vita Consecrata, 98). Os agradezco que sigáis ayudando a muchos a permanecer atentos porque seguís cuidando la calidad del estudio y la investigación. Los problemas del tiempo presente exigen nuevos análisis y nuevas síntesis (cf. ibíd.). Vuestros Institutos, vosotros los profesores, vosotros los alumnos, tenéis una gran tarea por delante.

El Evangelio enseña que hay una pobreza que humilla y mata, y otra pobreza, la de Jesús, que nos libera y nos hace felices. Como consagrados, habéis recibido el don inmenso de compartir la pobreza de Jesús. No olvidéis, ni en vuestra vida ni en vuestro trabajo universitario, a los que viven en otras pobrezas. Haced que la vida venza a la muerte, y la dignidad a la injusticia (cf. Mensaje para la VI Jornada Mundial de los Pobres [2022]). Para encontrar verdaderamente a Cristo hay que tocar, tocar su cuerpo en el cuerpo herido de los pobres. No sólo mirarlos, tocar; confirmando la comunión sacramental recibida en la Eucaristía (ver Mensaje para la Primera Jornada Mundial de los Pobres [2017]). ¡Cuántos fundadores, fundadoras y personas consagradas han vivido y viven así!

Parafraseando la oración que concluyó la homilía por el 60 aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, os invito a rezar conmigo: "Te damos gracias, Señor, por el don del Concilio y por la bendición que estos institutos teológicos de vida consagrada han sido y son para la Iglesia. Tú que nos amas, líbranos de la presunción de autosuficiencia y del espíritu de crítica mundana. Tú que nos pastoreas con ternura, líbranos de la autorreferencialidad, del engaño diabólico de las polarizaciones, líbranos de los “ismos”. Y nosotros, tu Iglesia, con Pedro y como Pedro, te decimos: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te amamos” (cf. Jn 21,17)” (cf. Homilía, 11 de octubre de 2022).

Queridos hermanos, queridas hermanas, por intercesión de la Virgen María, el Espíritu Santo os asista siempre en el servicio que desempeñáis en el ‘Claretianum’. Os bendigo de corazón. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!

 

(traducción no oficial)

 

 


 


 

 

 


 

 

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