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Colegio Claret Fuensanta: “Seño, no te imaginas las ganas que tengo de volver a clase”
Hay 1500 millones de niños confinados en sus hogares. Casas que se nos vuelven transparentes, como si necesitaran no tener fachada. Familias de a miles muestran orgullosas el transcurrir de sus horas de ‘quédate en casa’, que es tiempo para ser sensato, responsable y civilizado. Luego hay otra realidad, la de los que no asociarían casa con refugio. Pisos pequeños, habitados de compañías dañinas y nervios a flor de piel por trabajos perdidos o ingresos demediados. Casas de semanas que pasan monótonamente con el frigorífico vacío y un único teléfono móvil que solo puede funcionar para recibir llamadas. “Si se supiera lo duro que es para estos niños el tener que quedarse en casa…”, expresa Inmaculada Martínez Atienza, directora del colegio Claret en el barrio de la Fuensanta, en Valencia. “El setenta por ciento de las familias de nuestro alumnado viven de la economía sumergida. Ahora no tienen para cubrir las necesidades más básicas”, lamenta.
Tanto Cáritas como los servicios sociales de la Comunidad Valenciana trabajan sin descanso para sofocar situaciones duras o directamente insostenibles, “pero están desbordados” continúa Martínez Atienza. “Y en este barrio hablamos de las familias invisibles: no figuran en las listas de desempleados, no reciben subsidios, ni ayudas. Pero nosotros sí les conocemos y haremos cuanto esté en nuestras manos por ayudarles, como siempre hemos procurado”, añade.
La interrupción de la normalidad que ha supuesto el aislamiento para estos niños precisa de un trabajo de acción social que el colegio Claret-Fuensanta desempeña con pasión. “Ayer, por ejemplo, de treinta y un alumnos no se conectaron más de diez. Muchos porque carecen de los canales necesarios como puede ser un ordenador con internet, y otros porque no encuentran razones para sentarse junto a los libros, ya que el ambiente que se respira en casa no lo propicia”. Pensamos en padres y madres acostumbrados a trabajar todo el día fuera de casa, incluso como internas para otras familias, y que ahora tienen que convivir con sus hijos sin poder cubrir sus necesidades. Tal es la diversidad de situaciones que los profesores van llamando a los alumnos que conocen más vulnerables, aquellos que en medio de esta crisis lo son todavía más. “Hacemos calderilla la inteligencia emocional”, constata la directora del Claret. “Los chicos, privados del espacio de socialización que les brinda la escuela, necesitan contar lo que viven en casa”. Es por ello que los profesores les proponen redacciones y dictados, o aprovechan para hablarles de otros compañeros de clase con los que también charlaron antes. Mil formas de hacer más corta la brecha digital. “Que apunten las cinco cosas que más les han hecho reír y que cuando vuelva a llamar mañana, me las lean, por ejemplo”. ¿Y cómo responden los padres de las familias? “Ellos necesitan la llamada casi más que sus hijos”, responde Martínez Atienza. “Y expresan con más miedo que el confinamiento se alargue antes que el contagio de cualquier virus”.
En este punto la labor de los misioneros Carlos Sánchez y Germán Padín, educadores en el colegio y encargados de la parroquia, colgados del teléfono por su gente, resulta fundamental. Su presencia se desarrolla no solo en el ámbito parroquial, sino también volcados en el Claret. “El hecho de compartir tus sentimientos solo se valora de verdad cuando realmente lo has necesitado”, finaliza.