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Escuela católica: arrimando el hombro por el bien de todos
Sesenta y dos millones de niños de infantil, primaria y secundaria del mundo están matriculados en escuelas católicas. Otros seis millones de estudiantes lo hacen en centros de enseñanza superior repartidos por los cinco continentes. En naciones con sistemas parecidos al español son otros millones los que acceden a espacios de formación cristiana en la enseñanza pública. La relevancia mundial de la presencia católica en la escuela es incuestionable.
Varias instituciones internacionales acaban de publicar el Informe Global sobre la Educación Católica 2021. En él se constata el rápido crecimiento de la presencia de este tipo de educación en África y en un buen número de las naciones con menos recursos económicos por habitante del planeta. Políticos poco proclives al reconocimiento del buen hacer de los cristianos en la sociedad y en la escuela elogiaban hace poco la presencia salesiana en Angola. Siete de cada diez estudiantes de escuelas primarias católicas viven en naciones con ingresos por debajo de la media mundial. Los niños de cientos de regiones siguen teniendo carencias fundamentales, como recuerda habitualmente Fundación Proclade o puedo verse en directo en los encuentros de educadores de la provincia de Santiago y de la congregación claretiana en diversas naciones africanas. África, las regiones deprimidas de América y Asia y el llamado ‘cuarto mundo’ en los países del Norte son también cosa nuestra.
El compromiso de la Iglesia en la educación impulsa la mejora del aprendizaje y las condiciones de vida de la población y enriquece mucho la oferta educativa a la que tienen derecho las familias.
En la España de 2021
La difusión de los resultados del Informe ha coincidido en el tiempo con la celebración de la asamblea anual de Escuelas Católicas, la entidad de la Iglesia española que congrega cerca de dos mil centros educativos desde los que se sirve a 1.216.907 alumnos y a sus familias, con una plantilla de más de cien mil trabajadores.
En la declaración final de su asamblea, Escuelas Católicas levanta nota del enorme esfuerzo colectivo realizado por la sociedad para plantar cara a la pandemia y a sus consecuencias, con un recuerdo expreso de gratitud hacia los docentes y el resto del personal de los colegios, los equipos directivos, las familias, las comunidades religiosas y entidades titulares. El año ya largo ha sido duro, pero ha quedado claro una vez más que no se trata sólo de mantener las aulas abiertas sino de enriquecer la vida desde el tesoro del Evangelio y de acompañar a cada familia en su situación. Como afirma solemnemente el Ideario de los Colegios de la Familia Claretiana, “la razón de ser de nuestra misión educativa es cada alumno”. No sólo el alumno o la alumna, sino cada uno de ellos en su realidad concreta (metros cuadrados de vivienda; grado de acceso o no a la red; situación de desempleo, empleo o precariedad de sus padres…).
Evangelio, innovación, fraternidad
Escuelas Católicas lamenta una vez más que las leyes de educación recién promulgadas en España (lomloe) sean “una nueva oportunidad perdida para alcanzar el deseado y necesario Pacto Educativo”. Los cerca de dos mil centros, entre ellos los siete colegios concertados de la provincia claretiana de Santiago y sus dos colegios mayores, renuevan su apuesta por una educación en la que la innovación pedagógica y la pastoral (en las que están poniendo tanto empeño) caminan de la mano.
Como señala la declaración, “nuestra mirada e impulso pastoral se han centrado en la preocupación por favorecer la experiencia espiritual, la formación teológica y la misión de transformación social desde los valores del Evangelio”. En esa tarea se sigue, conscientes (en palabras del papa Francisco) de que “educar es siempre un acto de esperanza”, intentando construir con otros “una humanidad capaz de hablar el lenguaje de la fraternidad”.
La cultura del cuidado (en todas sus dimensiones) ha adquirido este año y pico una especial actualidad, que se expresa en el deseo de que los colegios sigan siendo espacios nítidamente seguros para los alumnos, sus familias y los trabajadores del centro. Mientras en algunos ambientes sociales la precaución puede relajarse, cientos de educadores se siguen levantando armados de termómetros, batas, mascarillas y -sobre todo- de mucha dedicación, entrega y amor a los alumnos y a su vocación educativa.