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Salida misionera, paradigma de toda obra de la Iglesia
La Iglesia española va a celebrar el próximo 5 de marzo el día de Hispanoamérica. Poner el foco en ‘el continente de la esperanza’, como se ha denominado a América Latina, es un deber para la Iglesia en España, siempre generosa con la cooperación misionera desde sus orígenes.
Históricamente, la evangelización latinoamericana se debe a la labor misionera de Órdenes y Congregaciones religiosas que durante siglos y de manera preponderante mantuvieron viva esta responsabilidad. Recorriendo la historia de nuestra Congregación y examinando los documentos de los distintos Capítulos, se aprecia el servicio misionero de la Palabra de Dios como primacía en toda actividad apostólica: ser testigos-mensajeros de aquel Dios que quiere reunir a todos sus hijos e hijas dispersos por el mundo en una sola familia, una única mesa en la que todos tengan un puesto.
Por el relato apasionado de las experiencias de distintos claretianos de esta Provincia, se puede sentir el latido de la misión y el hermanamiento que mantienen con aquellas Iglesias hispanoamericanas. Al escucharles, se percibe claramente que han vivido siendo discípulos en América Latina, pese a que alguno fuera enviado como formador. Es el caso del P. José San Román, que en el año 2.004 arribó a la boliviana Archidiócesis de Cochabamba. “En medio de esa realidad social he sido testigo de la presencia de Dios en sus gentes. Fijándome más en lo positivo que en lo negativo, confieso que he llegado a apreciar en verdad al pueblo boliviano. En concreto, su capacidad de aguante, su paciencia casi infinita ante toda clase de adversidades. Admiro su actitud amable, valoro su porte reservado, respeto su religiosidad popular poblada de creencias ancestrales y, a la vez, elemental. Todo eso, pienso, me ha marcado y ha dejado su huella en mí”, afirma el misionero. Por Bolivia también pasó el P. José Antonio Palacios. Fueron en concreto cinco años los que permaneció en Cochabamba. Los 15 anteriores –“los más hermosos y animados de mi vida” – los dedicó a vivir y trabajar para el pueblo hondureño, en la Diócesis de San Pedro Sula. Y, más tarde, desde el año 2.000 hasta bien entrado el 2.008 fue enviado al sur de Latinoamérica: Buenos Aires, Montevideo y el Santuario de Andacollo, allá por las alturas de los Andes Chilenos. “Mi trabajo en América Latina ha marcado de una manera total la vivencia de mi fe”. Y continúa diciendo: “los mayores retos que he tenido que enfrentar en América Latina no han sido las situaciones o problemas que me haya encontrado por allí, sino más bien, las que yo llevaba conmigo. De hecho, puedo afirmar que América Latina me ha hecho mejor persona”.
Vayan, sin miedo, para servir
El lema que se ha elegido para esta Jornada tiene mucho que ver con la vocación y la entrega. Favorecer la onda expansiva de la Palabra y potenciar su anuncio con valentía en situaciones de frontera, de conflicto, de dificultad. El P. Claret imaginaba la Congregación esparcida por el mundo anunciando el Evangelio. El Papa Francisco, desde el inicio de su Pontificado ha hablado de una “Iglesia en salida”, es decir, una Iglesia misionera. A este respecto, el P. José Alfonso Álvarez, cmf, añade: “esto significa salir de los cuarteles de invierno y de nuestras seguridades. Ir a buscar a la gente. Hay que desmontar el propio andamio para subirse a otro quizá no tan seguro, pero que te va a permitir acercarte a personas a las que te vas a dedicar por entero”. Estas palabras le nacen de su propia experiencia, que se traduce en años de entrega –en concreto, diecisiete– entre el pueblo latinoamericano y del Caribe. Primero, en la selva de Perú, y luego como párroco en Lima y después en La Habana. El P. Palacios, por su parte, va un poco más allá y afirma: “La Misión es el futuro de la Iglesia. Y la Iglesia, pienso, tendría que contemplar más su futuro que su pasado. Me parece que la Misión es lo que Jesús, el Resucitado, ofrece a los suyos como tarea, como regalo, como realización de los deseos de Dios”.
Mi espíritu es para todo el mundo
De este ideal de Iglesia señalado por el Papa Francisco brota la cuestión central que no elude el Cardenal Marc Ouellet en el Mensaje de la Pontificia Comisión para América Latina publicado este año. De tal modo, escribe: “En este servicio misionero está la clave de la mayor renovación que la Iglesia requiere en vista de su misión evangelizadora”. Pero ¿en qué consiste esta ‘conversión misionera’? El P. Juan Sanz, con una trayectoria como misionero claretiano que abarcó tres países –Honduras, Panamá y Costa Rica– durante veintiséis años, considera, en consonancia con la Iglesia, que la pobreza apostólica es el punto nuclear que ofrece renovación y otorga credibilidad en el servicio misionero de la Palabra. Y al hilo, comenta: “Como consecuencia de la II Conferencia Latinoamericana de Obispos (CELAM) surgen unas opciones preferenciales que marcan profundamente el nuevo estilo de acompañar a los fieles en el proceso de maduración de la fe. La opción preferencial por los pobres, renovada en Puebla y en Santo Domingo, fue determinante y sigue siendo actual”.
La opción por una evangelización desde la perspectiva de los pobres es parte integrante del ser misionero al estilo del P. Claret y se mantiene viva en la conciencia de la inmensa mayoría de los claretianos. Hay que agradecer el testimonio de cuantos, en fuerza de esta opción, llevan una vida pobre y trabajan por los pobres. Y es admirable el ejemplo de quienes se han trasladado a lugares sociales de extrema pobreza y están promoviendo una liberación de todo tipo de injusticias y una evangelización integral. El P. Juan Sanz, recuerda “cuánto y de qué manera agradecíamos los claretianos de Centroamérica la constante relación, presencia, y los mensajes de nuestro hermano obispo Pedro Casaldáliga. Igualmente, en un deber de gratitud, recuerdo a otro gran misionero, fallecido hace menos de un año, el P. Teófilo Cabestrero, el cual iluminaba nuestra evangelización con sus libros y conferencias. Del mismo modo, el pintor Maximino Cerezo Barredo, hermano claretiano, que con sus dibujos, murales, carteles e infinidad de viñetas y todo tipo de material gráfico supo ofrecernos una inmensa ayuda mostrando la realidad social y política de América Latina”.
El sacerdote misionero José Luis Latorre, cmf, Procurador de Misiones de la antigua Provincia de Aragón, recibió la encomienda de fundar la misión claretiana en Paraguay, y luego, él mismo, en el año 1.995 se instaló allí, al servicio de su gente. No se separó de ellos en diecisiete años, cuando fue enviado a Chile. Fue un tiempo muy intenso de anuncio del Evangelio y promoción de iniciativas sociales a favor de los más necesitados. El Documento de Aparecida del año 2.007, que a él alcanzó de lleno, abrió para la Iglesia un nuevo camino redoblando esfuerzos y otorgando fuertes impulsos misioneros. El Documento que el CELAM aprobó fue un paso firme para evangelizar las Iglesias de América Latina y que hoy está muy presente en el magisterio del Papa. La justicia, la lucha contra la pobreza, la doctrina social y la paz son temas muy recordados y que él explica de esta forma: “En ese mismo documento la Conferencia de Obispos pedía que se realizase la misión continental, que cada conferencia episcopal empezó a poner en marcha a su estilo. En Paraguay se empezó a implementar en la Archidiócesis de Asunción. Nosotros la pusimos en marcha en la Parroquia. Pero era una misión de los laicos acompañados de los sacerdotes. La experiencia fue interesante para los laicos que nunca habían participado en un emprendimiento semejante y sobre todo fue más impactante porque las familias visitadas les decían a los misioneros: Ya era hora que los católicos nos visitasen. La gente esperaba esa visita. Y de éstas surgieron luego muchas iniciativas pastorales: bautismos de muchos niños, catecumenado de jóvenes y adultos, pastoral de matrimonios, personas que se integraron en los equipos parroquiales…”
Retos, desafíos y cambios
Efectivamente, las posiciones han de ser revisadas desde la actitud con que se evangeliza y desde el lugar social en que se hallan. El P. Sanz, agrega: “Existe un constante esfuerzo por comprender un modo de ser que nunca terminas de asimilar. Hay una historia que no has vivido y que es difícil conocer con la perspectiva preestablecida que algunos traíamos de nuestro lugar de procedencia”. El P. José Alfonso Álvarez, completa: “Se debe ir a trabajar sin prejuicios ni programaciones, sino procurando adaptarse a lo que uno se pueda ir encontrando porque probablemente los esquemas de los que partamos pueden no ser válidos en Latinoamérica. Cuesta empezar de cero, pero es el único camino posible si queremos poner los cimientos a una fe medianamente estable”. Por su parte, el P. Latorre añade: “creo que los misioneros españoles no debemos ser protagonistas, sino más bien servidores del clero nativo. Nuestra misión es estar en la sombra y desde ahí hacer que ellos se sientan protagonistas de su propia Iglesia. Es muy importante apoyar y secundar todas las iniciativas que ellos tienen”.
Los años de experiencia permiten ofrecer un análisis a pie de obra de los retos y desafíos, pero también de los cambios de sensibilidad en los que América Latina se ve envuelta hoy. El P. Palacios lo cuenta de esta forma: “Cuando llegué a Honduras, en el año 74, me encontré con una Iglesia infantil y absolutamente dependiente de las Iglesias europeas. Esto hoy ha cambiado, pero aún dista mucho de la madurez que desearíamos y de los planteamientos con los que nos interpela Jesús Resucitado. Se han dado muchos pasos a favor, tanto aquí como allá. Pero, creo que hay que seguir trabajando. Formación, crecimiento, madurez… Nos falta mucho”.
Tampoco se deben obviar todos esos problemas sociales que hacen casi imposible la implantación del Reino de la Justicia y la Paz en estos países. Abramos, pues, los ojos y alarguemos la mirada al mundo de los más pobres. Los desafíos de la evangelización continúan interpelándonos. No son unos pocos los que han de dar la respuesta, sino el conjunto del Pueblo de Dios, gran comunidad misionera, que no conoce límites ni fronteras.