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Nuevo libro sobre nuestros mártires de Barbastro

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La Facultad de Teología del Norte de España, sede de Burgos, acogerá la presentación del libro “Vida y martirio del Beato Sebastián Calvo Martínez, c.m.f. (1903-1936)”, escrito por el Dr. D. Juan María González Oña y prologado por el P. Aquilino Bocos, cmf. El autor, a continuación, explica las razones que le han llevado a escribir sobre nuestros tan queridos mártires claretianos de Barbastro. Nosotros, por nuestra parte, os animamos a asistir el próximo día 15 de marzo, a las 20.00 hs en el Aula Magna de la Facultad (C/ E. Martínez del Campo, 10) 

JUAN MARÍA GONZÁLEZ OÑA | La primera (y única vez) que visité Barbastro fue hace dos años para consultar el archivo de los mártires. En el seminario había leído el libro “Esta es nuestra sangre” del P. Gabriel Campo Villegas, y me había impresionado profundamente. Es el libro, como saben, que inspiró la película Un Dios prohibido del cineasta mirobrigense Pablo Moreno. Antes de ir a Barbastro volví a leerlo despacio, varias veces, y ya en la ciudad aragonesa mientras recorría sus calles y visitaba los diferentes lugares: el convento (entre las calles Conde y Costa) del Barrio de San Hipólito, el Paseo del Coso, la catedral, la plaza de toros, el salón de actos de las Escuelas Pías, la carretera de Berbegal donde recibieron las descargas mortales la mayoría de los misioneros, el Monasterio del Pueyo, el Museo de los mártires, la cripta donde se hallan sus restos …me pareció estar en Tierra Santa. Espontáneamente iban aflorando en mí infinidad de recuerdos de las lecturas. En Barbastro se siente todavía el rumor de la sangre derramada y el murmullo orante de los mártires.  Sus calles angostas, numerosos solares devorados por la maleza, construcciones que llevan aún impresas en sus fachada  las heridas de la metralla… siguen recordando la guerra. Y es que Barbastro, por su particular enclave entre Barcelona y el frente de Aragón, fue la diócesis más castigada por la persecución religiosa en España. Perdió el 88% de su clero (con su obispo D. Florentino Asensio Barroso a la cabeza en cruel martirio) y muchos religiosos (como la casi entera comunidad de los Benedictinos del Pueyo, Escolapios, Claretianos, Clarisas, Hijas de la caridad…), aparte de un gran número de laicos. Numéricamente, como se consigna en el libro, la Congregación Claretiana es la que más mártires ha dado a la Iglesia entre los años 1936 y 1939,  un total de 273 víctimas.

De los 60 miembros del Colegio-convento de Barbastro que componían la comunidad en julio del 36, 9 eran sacerdotes, 39 estudiantes y 12 hermanos laicos o coadjutores. Seis de ellos procedían de Burgos (Santa Cruz de la Salceda, Gumiel del Mercado, Vadocondes, Solarana y Gumiel de Izán). La edad media de los religiosos rondaba los 28 años y fueron fusilados 51.

Eran de los nuestros. Procedían de familias humildes en su mayoría, como las nuestras. Corrieron por nuestras calles, frecuentaron nuestras aulas y nuestros templos. No nacieron perfectos ni llegaron a serlo plenamente a su muerte. Tenían defectos como todos nosotros, pero aspiraban desde niños a una gran meta. Eran de los nuestros sí… pero estaban hechos de otra pasta. Los vimos crecer y en un momento los perdimos de vista. Hoy, a distancia, los miramos con admiración y santa envidia.

No participaban en la vida social, no militaban en ninguna fuerza política ni de derecha ni de izquierda. No odiaban a nadie, al contrario, a todos trataban de hacer el bien. Por todos oraban, por todos se sacrificaban en aquellos aciagos días de nuestra delirante España. Su única ocupación era vivir el evangelio según el espíritu cordimariano y servir allá donde la obediencia les enviara.

Desde el postulantado, en lúdicas jornadas escolares, habían hecho teatro. Mas nunca hubieran podido imaginar que el drama de sus vidas se iba a consumar precisamente en un salón de actos, que iba a ser a la vez catacumba y antesala del cielo.

La muerte les pilló jóvenes, pero no desprevenidos. El martirio era la coronación de una vida  entregada y la respuesta del cielo a una gracia anhelada ya desde el noviciado. Y se  prepararon con ahínco y entusiasmo. Ninguno desertó, todos como uvas del mismo racimo fueron estrujados en la prensa del martirio. Sus vidas quedaron tronchadas por una muerte absurda y cruel, pero resplandecen junto a Dios como faros luminosos en la noche.  En cada uno de ellos se cumple lo que dice la Escritura: “Maduró en pocos años, cumplió mucho tiempo” (Sb 4, 13).

“En nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, casi “milites ignoti” de la gran causa de Dios. En la medida de lo posible, no debe perderse en la Iglesia su testimonio. (…) El ecumenismo de los santos, de los mártires, es tal vez el más convincente. La “communio sanctorum” habla con una voz más fuerte que los elementos de división. (…) En estos años se han multiplicado las canonizaciones y beatificaciones, que manifiestan la vitalidad de las Iglesias locales, mucho más numerosas hoy que en los primeros siglos y en el primer milenio» (Juan Pablo II, Carta apost. Tertio millenio adveniente, 37).

El libro quiere contribuir a hacer memoria de uno de nuestros mártires burgaleses, para que el testimonio de su vida y su intercesión nos estimule a cada uno a recorrer nuestro propio camino.

Para llevar a cabo esta empresa nos hemos servido de diversas fuentes. Junto al citado libro Esta es nuestra sangre del P. Gabriel Campo (la obra más exhaustiva sobre el tema), hemos recurrido a la primera publicación que vio la luz sobre los mártires del  P. José Quibus en1949, El Holocausto Claretiano de Barbastro de Pere Codinachs, de 1997, la Positio super martyrio y otros testimonios que oportunamente se citan en el texto.

Hemos tenido la dicha de poder acceder al testimonio (en edición crítica preparada por el Postulador P. Rafael M. Serra) de los religiosos argentinos Pablo Hall Fritz y Atilio Parussini, compañeros de vida y de presidio de los mártires hasta el último momento en que fueron liberados por su condición de extranjeros. Ellos son testigos de primera mano desde que la comunidad fue apresada el 20 de julio hasta el día 13 de agosto, en que se les permitió salir del país. Los Misioneros fueron sacrificados en cinco grupos: el día 2 los tres superiores, el día 12, seis, el 13 veinte, el 15 otros veinte y el día 18 dos estudiantes.

Los datos que hemos podido recabar sobre el P. Sebastián no son muy numerosos, dado su breve recorrido vital  y porque durante la guerra se perdieron muchos documentos. Sin embargo, gracias a su abundante epistolario, guardado con mimo por la familia, y al testimonio de ésta  y de sus compañeros de Congregación, hemos podido dibujar con bastante fidelidad su fisonomía humana y espiritual.

Metodológicamente hemos optado por seguir el íter biográfico de nuestro beato, contextualizando los lugares y tiempos en los que se desarrolla su existencia: su pueblo natal, Gumiel de Izán, Barbastro, Cervera, Aranda de Duero, Calatayud y de nuevo Barbastro.

Un amplio capítulo, de la mano sobre todo del historiador aborda el contexto socio político de España en los últimos años de su vida, desde la proclamación de la Segunda República hasta el inicio de la guerra civil. Este acercamiento nos permite comprender que la persecución religiosa en España no fue, como determinada historiografía quiere vendernos, consecuencia de la rebelión militar que desencadenó la contienda fratricida, sino que nació mucho antes. El laicismo exasperado que trajo la República desembocó en una terrible persecución contra la Iglesia y en la destrucción de todo lo sagrado.

La última parte, la más dramática y pasional, es la dedicada al cautiverio (desde su detención el 18 de julio) y glorioso martirio (entre los días 2 y 18 de agosto) de la comunidad barbastrense. Sebastián formaba parte del segundo grupo, el de los seis que fueron fusilados al amanecer del día 12. Podíamos habernos detenido en esta fecha, pero no hemos querido privar al lector del conocimiento de los hechos ocurridos en los días sucesivos y a este fin hemos proseguido el camino martirial de todos ellos. Si algo resalta llamativo de la vida de los Misioneros de Barbastro es la profunda trabazón que existía entre ellos. Sus existencias estuvieron profundamente ligadas en vida y lo estarán a la hora de la muerte. El martirio de cada uno resultaría inexplicable sin la referencia al conjunto, a la comunidad que sostuvo, acompañó y alentó con el cariño y la plegaria a cada uno de ellos. Concluye la obra con la narración del hallazgo y reconocimiento de los restos de los Misioneros y el relato del largo proceso, iniciado en 1947, que condujo felizmente a la Beatificación un 25 de octubre del año 1992.

La imagen de la portada sintetiza y evoca simbólicamente cuanto se narra en el libro. Gumiel de Izán, en la Ribera del Duero, es zona de viñas y buenos caldos. La imagen de la uva triturada es conocida metáfora martirial. Los Hijos del Corazón de María como uvas del mismo racimo fueron prensados en la muerte de Cristo y ninguno vaciló. Vertieron su sangre el lagar.

 

* Juan María González Oña es profesor de Teología Moral de la Facultad de Teología del Norte de España, sede de Burgos

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