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El P. General en el Sínodo sobre la Eucaristía.

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El día 3 de Octubre, en la Segunda Congregación General intervenía en el Aula del Sínodo sobre la Eucaristía nuestro Padre General Josep María Abella. A continuación ponemos íntegro el texto de su intervención.

El número 25 del Instrumentum laboris constata la necesidad de que la celebración de la Eucaristía llegue a “formar personas y comunidades eucarísticas que amen y sirvan, como Jesús en la Eucaristía”. Es un tema que aparece en varios números del Instrumentum. En diversas partes del mismo se dan orientaciones sobre el modo de encauzar el dinamismo de amor y servicio que brota de la Eucaristía en los diversos ámbitos de la vida de los fieles y, a través de éstos, en las estructuras de nuestra sociedad. En el fondo, se está diciendo que quienes se reúnen para celebrar la Pascua del Señor sean, en medio de la sociedad, memoria y signo vivo del Señor que da la vida.

Se espera, pues, que la celebración de la Eucaristía incida decisivamente en la vida de las personas y comunidades que se reúnen en torno a la mesa de la Palabra y del Pan de vida. Podemos decir que así acontece en muchos casos; sin embargo, con excesiva frecuencia, no podemos afirmar lo mismo. Se repiten las celebraciones de la Eucaristía, a veces muy cuidadas y bien participadas por los fieles con cantos, danzas y otros elementos que aporta la creatividad de los diversos grupos, pero no observamos aquel impacto que deberían tener dichas celebraciones en la mentalidad, las actitudes y las conductas de quienes participan en las mismas. A veces todo se acaba en la misma celebración: se ha vivido un momento hermoso, pero la vida sigue por su camino, movida por otras preocupaciones, incapaz de asumir las exigencias que brotan de la Eucaristía que se ha celebrado. La celebración no se hace espiritualidad en la vida de los fieles ni se convierte en dinamismo misionero.

Éste es precisamente el punto que quisiera subrayar: una cierta dicotomía que observamos entre vida y Eucaristía, entre la celebración de la Pascua del Señor y los demás acontecimientos de la vida personal y de la historia de nuestro mundo. Se trata, en el fondo, del problema tantas veces señalado de la dicotomía entre la fe y la vida, que se manifiesta también con relación a la Eucaristía.

Sin duda son múltiples y variadas las causas de esta situación. Sería necesario analizarlas a fondo para poder articular algunas propuestas que ayuden a una acción pastoral que responda a este desafío tan importante. El Sínodo es un foro privilegiado para dialogar sobre este problema e intercambiar las experiencias que tenemos en los distintos lugares. Apunto algunas apreciaciones en este sentido.

1. Hay un aspecto del problema que tiene raíces culturales. Parece, a veces, como si la superficialidad fuera una de las características de nuestro tiempo, por lo menos en algunas partes. Se suceden a un ritmo tan rápido las experiencias, que pasan, con frecuencia, sin dejar tiempo a una reflexión serena sobre las mismas y sin permitir que cristalicen en convicciones sólidas que den profundidad y sentido a la propia existencia. En este contexto, existe el peligro de que la Eucaristía se convierta en una más de esas experiencias que pasan sin mayor relevancia y sin dejar un impacto real en la vida. Sin una vida vivida con intensidad y profundidad no es posible vivir la Eucaristía significativamente. Es en la profundidad de nuestro corazón donde nace la sed de Eucaristía. La pastoral eucarística ha de tener muy presente esta dimensión antropológico-cultural.

2. Otro aspecto importante es la necesidad de una conexión más explícita entre la celebración de la Eucaristía y la vida concreta de las personas que participan en ella. De hecho, el número 71 del Instrumentum laboris subraya la importancia de esta conexión cuando expresa el deseo de que los fieles que van a la celebración del Día del Señor “turbados, a menudo, por varios problemas personales, familiares y sociales... puedan obtener de la Eucaristía... la fuerza necesaria para transformar sus vidas según los designios de Dios Padre en Cristo Jesús”. Para ello es necesario resaltar en la catequesis eucarística y en la misma celebración aquellos elementos que ayuden a todos a encontrar más explícitamente esta conexión. La experiencia de las comunidades eclesiales de base y de otras iniciativas semejantes nos iluminan sobre este punto. En la catequesis eucarística habría que insistir mucho más en esta dimensión existencial.

3. Un tercer aspecto tiene que ver con el lenguaje, los signos, la misma estructura de la celebración y su modo de realizarla. A veces da la impresión de que hemos acentuado tanto la dimensión cultual e insistido tanto en los aspectos rituales que se han quedado un poco en segundo plano las dimensiones de “Memoria” y de “Mesa compartida”. Con ello se pierde bastante de la fuerza provocadora que tiene la memoria de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús y de la exigencia de fraternidad que surge del sentarse a la misma mesa del Señor. Deberíamos buscar, en cada contexto cultural, el modo de resaltar estas dimensiones tan fundamentales para que el dinamismo de la Eucaristía transforme la vida de los fieles y sea fermento de cambio en la historia concreta de los pueblos, como hemos visto y vemos todavía en tantas ocasiones.

Se podrían enumerar otros elementos. Será el diálogo entre los participantes en el Sínodo el que nos permita descubrirlos y encontrarles una respuesta pastoral adecuada. Todo ello para ayudarnos y ayudar a todos a vivir la propia vida en clave eucarística, para poder llegar a ser, como Jesús y con Jesús, personas y comunidades que estén dispuestas a dar la vida “para que todos tengan vida”.

Josep M. Abella Batlle, CMF
Superior General de los Misioneros Claretianos

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