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Rafael Lee, cmf ordenado sacerdote

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El primer fin de semana de octubre, primero del Mes Misionero Extraordinario, la parroquia madrileña de Nuestra Señora de la Aurora y el Santo Ángel se vistió de gala para acompañar a Rafael Lee, claretiano nacido en Corea, que fue ordenado sacerdote de manos de Mons. Luis Ángel de las Heras en una celebración solemne, pero muy cercana, el sábado por la tarde.

Ya el viernes hubo una bonita vigilia animada por los misioneros José Manuel Sueiro y Jorge Ruiz, del equipo provincial de animación pastoral, a la que asistieron bastantes religiosas de las distintas comunidades que acoge la parroquia, así como el coro, el grupo de jóvenes, algunos seglares, y otros claretianos de diversas comunidades. La familia de Rafael Lee, y algunos hermanos de Congregación que trabajan en Corea y Zimbawe, -el P. Pedro Kim, Superior Mayor junto a otros claretianos de la Delegación de Corea: Esteban Jo, Miguel Park y Lorenzo Lee- se hicieron presentes también desde el principio. Entre todos, crearon un ambiente muy hermoso y sencillo, de oración participada.

Al día siguiente, sábado, la Iglesia estaba a rebosar, síntoma, sin duda, del carácter y la constante sonrisa de Rafael, que se ha metido en el bolsillo a muchos fieles, jóvenes y mayores, a pesar de que sólo lleva nueve meses en Vallecas. Y por ello mismo fueron llegando también un buen número de jóvenes y agentes de pastoral de distintas posiciones, como Segovia o Madrid, que en algún momento compartieron experiencias con Rafael, y no quisieron perderse este día grande. Entre los asistentes, también se contó con unos jóvenes que hicieron con él el Camino de Santiago. Finalmente, también pudieron verse a distintos sacerdotes de las parroquias de la vicaría, hasta casi treinta que concelebrantes. De éstos, al menos diez eran ministros coreanos.

En la homilía, el obispo claretiano de Mondoñedo-Ferrol, destacó las tres palabras que el recién ordenado presbítero tuvo presentes estos días previos: pobreza, humildad y alegría. “Quieres ser un sacerdote misionero claretiano pobre, humilde y alegre que, con la ayuda de Dios transmita su amor a los hombres, y que lleve la vida a los que la necesitan como un sencillo arroyo”, explicaba al principio Mons. de las Heras. “Pues bien, así será con tu decidida voluntad y la ayuda de Dios y de los hermanos. Porque ciertamente el Señor te ha elegido portador de su lámpara”.

“Rafael, cuanto recibes hoy, más precioso que el oro y la plata, es para darlo gratis como gratis has recibido este tesoro que Dios pone a tu cuidado en tu frágil, y al mismo tiempo fuerte, vasija de barro. Y ya que sigues las huellas de Claret, convéncete de la necesidad que tiene el misionero de ser enviado para dar fruto. Como nuestro Fundador, confía en el Buen Pastor”, finalizó el prelado.

El domingo el P. Rafael Lee celebró su primera misa. Y de nuevo resultó contagiosa la alegría que desprendía en el ambiente. Es costumbre en Corea que los sacerdotes cuenten con un ‘padrino’, es decir, otro sacerdote que goza de su confianza y afecto, para que concelebre con él y predique la homilía. Rafael, en su caso, escogió al ‘padre Juan’, misionero diocesano que trabaja llevando el Evangelio a Perú desde su Corea natal. “Quiero hacer memoria de Rafael”, comenzó el presbítero. “Cuando tenía once años y yo me acababa de ordenar, intenté persuadirle para que entrara al Seminario. Él prefirió seguir estudiando, ir a la Universidad y más tarde acabar impartiendo clases de coreano en Egipto. Pero un día, sintió la llamada al sacerdocio. ¡Si me hubiera hecho caso desde el principio, se hubiera ahorrado muchísimos años!”, comentaba en tono jocoso. “Pero él tenía claro que quería ser sacerdote-misionero, y por eso nos alegramos de su vocación claretiana, y ese es el motivo de que hoy estemos celebrando su ordenación en Madrid”. La Eucaristía finalizó pidiendo a Dios, como los apóstoles, que siga aumentando nuestra fe. Para creer lo que estamos viendo y lo que transciende nuestra vista en estos tres días. Para dar gracias a Dios y encomendar a Rafael con una oración sincera, deseando intensamente que llegue al Señor nuestra acción de gracias.

 

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