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Fallece en Gijón el H. Carlos González Aguilar, CMF
Hay realidades que es difícil explicar pero que se entienden perfectamente con un ejemplo. Algo de eso pasa con la figura de los Misioneros Claretianos Hermanos. Muchas personas ignoran que nuestra Congregación no incluye sólo sacerdotes y que a ella pertenecen, con el mismo derecho y fundamento vocacional, un buen grupo de Misioneros Hermanos.
En el campo de las definiciones se recurre a menudo al ‘no’ para explicar esta vocación: el Hermano no está ordenado, no administra la mayor parte de los sacramentos, no preside la Eucaristía, no confiesa… Pero la vocación del Misionero Claretiano Hermano no se describe por el ‘no’, sino por el ‘sí’: el Hermano es un bautizado que siente con intensidad la llamada de Dios Padre a anunciar su Reino, a vivir intensamente la fe, a consagrar su vida a la Palabra de Dios y a los hermanos, a servir a la Iglesia, a cooperar en el oficio maternal de María en la misión apostólica con el espíritu de Antonio María Claret.
A quienes han conocido de cerca del H. Carlos González Aguilar no hacía falta explicarles estas cosas. La vida ha querido además que hiciera algo no muy habitual entre los Misioneros Claretianos: servir al Evangelio durante más de cuarenta años en la misma comunidad. Muchas gentes de Gijón y Contrueces han conocido a un hombre de gran corazón que vivía con una enorme alegría su vocación y al que le preocupaba, siempre con cordialidad y ternura, la distancia de las nuevas generaciones respecto al Evangelio. Carlos no tenía estudios universitarios, pero ejerció durante décadas la cátedra del servicio y no temía dar testimonio con sus palabras -sin circunloquios ni oropeles- de la fe: los sencillos le entendían perfectamente. Su muerte ha supuesto un mazazo para muchos hombres y mujeres de bien.
Nuestra Provincia Claretiana ha acogido en los últimos años a muchos jóvenes misioneros claretianos venidos de otras partes del mundo. Es especialmente llamativo ver cómo Carlos les impactó y cautivó con su manera de tratarles y de hablar de la vocación y ‘las cosas de Dios’. Hoy, misteriosamente, al Carlos que no salió de Gijón en cuatro décadas se le llora en coreano, en indonesio, en ruso y en las lenguas de Nigeria y Guinea Ecuatorial. Porque el Reino no tiene idioma y está claro que también los Misioneros Hermanos lo anuncian; claro y bien claro.