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Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en el XXVI Capítulo General de los Misioneros Claretianos

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A continuación, reproducimos íntegramente el discurso oficial que ofreció el papa Francisco en el día de ayer a los participantes en el XXVI Capítulo General de los Misioneros Claretianos:

 

 

Queridos hermanos:

 

Es una gran alegría para mí acoger vuestro Capítulo General, y es verdad, es una alegría. Participan hermanos misioneros provenientes de todo el mundo, en representación de los casi tres mil claretianos que forman el Instituto. Gracias por venir a este encuentro. Gracias al Cardenal Aquilino Bocos Merino por su presencia, y gracias a la hermana Yolanda Kafka por la ayuda. Esta mujer puede ayudar mucho, una vez le dije: “me dijeron que usted habla muchos idiomas”, y me dijo: “pero no sé si hablo el idioma de Dios”. La pinta de cuerpo entero.

Felicito al P. Mathew Vattamattam, al que los capitulares renovaron su confianza reeligiéndolo como Superior General. Con él, saludo a los hermanos que han sido elegidos para formar el nuevo gobierno del Instituto. ¿Quiénes son? Que les sea leve. Que el Espíritu del Señor esté sobre ustedes en todo momento para que, en cuanto misioneros, puedan anunciar la Buena Noticia a los pobres (cf. Lc 4,19) y a cuantos están hambrientos de la Palabra que salva (cf. Is 55,10-11).

 

El tema del Capítulo es “Arraigados y audaces”. Arraigados en Jesús. Esto supone una vida de oración y de contemplación que los lleve a poder decir como Job: «Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (Jb 42,5). Y es triste cuando encontramos consagradas, consagrados, que conocen sólo de oídas y muchas veces yo me encontré outside en el examen de conciencia cuando me di cuenta que no me dejé buscar en la oración, en perder el tiempo delante del Señor, no dejé que lo vieran mis ojos. Esto nos puede ayudar. Una vida de oración y contemplación que permita hablar, como amigos, cara a cara con el Señor (cf. Ex 33,11). Una vida de oración y contemplación que permita contemplar el Espejo, que es Cristo, para convertirse ustedes mismos en espejo para los demás. Y esto es sí o sí. “Que tengo mucho que hacer, que mucho trabajo.” Mirá, lo primero que tenés que hacer es mirarlo al que te mandó a trabajar y dejarte mirar por Él. “Que estoy aburrido, que todo el tiempo”. Bueno, arreglá los problemas de aburrimiento en la oración con quien corresponda, pero sin oración no va la cosa, así sencillo digámoslo.

 

Ustedes son misioneros: si quieren que su misión sea verdaderamente fecunda no pueden separar la misión de la contemplación y de una vida de intimidad con el Señor. Si quieren ser testigos no pueden dejar de ser adoradores. Testigos y adoradores son dos palabras que se encuentran en las entrañas del Evangelio: «Los llamó para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar» (Mc 3,14). Dos dimensiones que se nutren recíprocamente, no pueden existir la una sin la otra.

 

«El hijo del Corazón Inmaculado de María es una persona que arde de caridad y por donde pasa quema», dicen vuestras Constituciones generales, citando al padre Claret (n. 9). Déjense quemar por el Señor, por su amor, de tal modo que puedan ser incendiarios por donde pasen, con el fuego del amor divino. Que Él sea su única seguridad. Y esto les va a permitir ser hombres de esperanza, de la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5), de la esperanza que no conoce miedos, porque sabe que es en nuestra fragilidad donde se manifiesta la fuerza de Dios (cf. 2 Co 12,9). Si nosotros nunca somos conscientes de la fragilidad y somos los tarzanes del apostolado y los invencibles, nunca se va a poder manifestar la fuerza de Dios, el Señor nos dirá: bueno, arréglatelas, y así nos irá. Citando una vez más vuestras Constituciones les digo: «No se dejen intimidar por nada». Eso lo decía Jesús, no tengan miedo, no tengan miedo. No tengan miedo de sus fragilidades; qué lindo es cuando una consagrada, un consagrado se siente frágil, porque siente la necesidad de pedir ayuda. No hay que tenerles miedo, tengan miedo, sí, a caer en la “esquizofrenia” espiritual, en la mundanidad espiritual que los llevaría a fiarse sólo de vuestros “carros” y “caballos”, a fiarse de sus fuerzas, a creerse los mejores, a buscar a veces obsesivamente el bienestar, el poder (cf. Evangelii gaudium, 93). Es muy difícil esto de no acomodarse a la lógica mundana porque el mundo nos invade, ¿no? Y la mundanidad espiritual es tremenda, porque te transforma por dentro. A mí me impresionó mucho cuando leí “Meditaciones sobre la Iglesia” del Padre de Lubac, las últimas cuatro páginas, ahí trata sobre el drama de la mundanidad espiritual y dice esto más o menos —ustedes lo buscan y van a tener exactamente lo que dice— es el peor de los males que puede suceder a la Iglesia, peor aún que los males de los papas concubinarios. Livianito, ¿no? Tengan cuidado de la mundanidad espiritual que nos lleva a fiarnos de las fuerzas, a creernos los mejores, a buscar obsesivamente el bienestar o el poder. No se acomoden a esta lógica mundana que hará que el Evangelio, que Jesús, deje de ser el criterio orientativo de sus vidas y de sus opciones misioneras. No pueden convivir con el espíritu del mundo y pretender servir al Señor. Orienten su existencia en base a los valores del Evangelio. Pero nunca utilicen el Evangelio de modo instrumental, como ideología, más bien úsenlo como vademécum, dejándose orientar en todo momento por las opciones del Evangelio y por el ardiente deseo de «seguir a Jesús e imitarlo en la oración, en la fatiga, y en el buscar siempre la gloria de Dios y la salvación de las almas». Así decía el padre Claret. Funden sus vidas en Cristo, y san Pablo, que la había fundado en Cristo, podía decir: «No soy yo el que vivo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20).

 

Esta orientación los va a hacer audaces en la misión, esa audacia misionera como audaz fue la misión del P. Claret y los primeros misioneros que se unieron a él. La vida consagrada requiere audacia, necesita de mayores que se resistan al envejecimiento de la vida, y de jóvenes que se resistan al envejecimiento del alma. Dicho un poco en jerga cotidiana, no se instalen.

 

Esta convicción los llevará a salir, a ponerse en camino e ir allí donde nadie quiere ir, allí donde es necesaria la luz del Evangelio, y a trabajar, codo con codo, con la gente. La misión de ustedes no puede ser “a distancia”, sino desde la cercanía, la proximidad. No se olviden de cuál es el estilo de Dios: proximidad, compasión y ternura. Así actuó Dios desde que eligió a su pueblo hasta el día de hoy. Proximidad, compasión y ternura. En la misión no pueden contentarse con balconear, con observar con curiosidad desde la distancia. Podemos balconear delante de la realidad o comprometernos por cambiarla. Hay que optar. A ejemplo del P. Claret no pueden ser simples espectadores de la realidad. Tomen parte en ella, para transformar las realidades de pecado que encuentren en el camino. Y projimidad, compasión y ternura. No sean pasivos ante los dramas que viven muchos de nuestros contemporáneos, más bien juéguense el tipo en la lucha por la dignidad humana, juéguense por el respeto por los derechos fundamentales de la persona. ¿Cómo lograr esto? Déjense tocar por la Palabra de Dios y los signos de los tiempos, y a la luz de la Palabra y los signos de los tiempos relean la propia historia, es importante, relean el propio carisma, recordando que la vida consagrada es como el agua, si no corre se pudre. Haciendo memoria deuteronómica del pasado, reaprópiense de la linfa del carisma. Eso hará de sus vidas una vida con profecía que también hará posible despertar e iluminar a la gente.

 

Que la Palabra y los signos de los tiempos nos sacudan de tanta modorra y de tantos miedos que, si no estamos atentos, nos impiden estar a la altura de los tiempos y las circunstancias que reclaman una vida consagrada audaz, valiente, una vida religiosa libre y a la vez liberadora propiamente desde nuestra propia precariedad. Alguno puede decir: “padre esto es demasiado estoico, es demasiado austero”, ¿no?, por ahí aparece la formulación un poquito del tratado de virtudes del padre Rodríguez, pero no es eso, y para eso, para que no caigan en eso de esa austeridad seca no pierdan el sentido del humor por favor. Sepan reírse en comunidad, sepan hacer chistes, y reírse de los chistes que cuenta el otro, no pierdan el sentido del humor, el sentido del humor es una gracia de la alegría y la alegría es una dimensión de la santidad.

 

Espero, queridos hermanos, que este Capítulo que están por concluir, y al que condenaron por segunda vez al general, los ayude a centrarse en lo esencial: Jesús, a poner su seguridad en Él y sólo en Él que es todo el bien, que es el sumo bien, la verdadera seguridad. Creo que esto podría ser uno de los mejores frutos de esta pandemia que ha puesto en tela de juicio tantas de nuestras falsas seguridades. Espero, también, que el Capítulo los haya llevado a concentrarse en los elementos esenciales que definen la vida consagrada hoy: la consagración, que valorice la relación con Dios; la vida fraterna en comunidad, que dé prioridad a la relación auténtica con los hermanos; y la misión, que los lleve a salir, a descentrarnos para ir al encuentro con los demás, particularmente de los pobres, para llevarles a Jesús.

 

No quiero terminar sin agradecerles todo el trabajo apostólico y toda la reflexión sobre la vida consagrada que han llevado a cabo en estos años. Continúen, y que el Espíritu los guíe en esta noble tarea.

 

Y de corazón les imparto a todos ustedes y a todos los hermanos y miembros de la familia claretiana, la Bendición. Y por favor, esto sí se los pido en serio, no se olviden de rezar por mí. Porque si no mendigo oraciones estoy frito. Gracias. 

 

Discurso pronunciado el jueves, 9 de septiembre de 2021

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