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Voluntario de Proclade un año en Congo

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El eldense José Antonio González Belló, de 32 años y Licenciado en Biología por la Universidad de Alicante vive desde hace casi un año en la República Democrática del Congo, trabajando con los Misioneros Claretianos y Fundación Proclade, una experiencia que concluirá en el mes de julio porque espera encontrar trabajo aquí.

¿Cuál es su trabajo concretamente?

Esto no es un trabajo exactamente porque no tengo salario, vivo en comunidades de religiosos, tengo techo y comida, no necesito nada más.

Estoy aquí con dos funciones: la primera, ofreciendo asistencia para los proyectos que la ONGD de España ejecuta aquí visitando los lugares para constatar que efectivamente los trabajos se realizan, sacando fotos, traduciendo documentos, revisando facturas, etc, como un enlace con la ONGD española.

La segunda función es la que más tiempo me lleva: he venido a conocer la República Democrática del Congo. Cuando desde España hablamos sobre la pobreza, lo hacemos desde la comodidad que ofrece nuestro país, aun cuando en estos últimos tiempos se hayan reducido tanto las garantías sociales que nuestros ancestros habían conseguido con tanto esfuerzo.

¿Cómo se plantea esto?

Tocar de cerca, escuchar, experimentar, aporta una perspectiva diferente. Y eso hago. Convivo con los invisibles del mundo, esos que no cuentan para casi nadie. Lejos de realizar grandes hazañas, se podría decir que no hago nada. Hablo con alguien, le ofrezco mi sonrisa, le escucho, abrazo a un niño, le doy la mano. En un país en el que el afecto cercano y sincero es un bien escaso, me parece necesario volcarse en lo que pasa desapercibido.

¿Por qué se fue?

Mucha gente tiene la experiencia interior de querer ser mejor persona. En algunos se traduce comprometiéndose con la Cruz Roja, en otros acompañando a niños en espacios de ocio alternativo. En mi caso, como en el de muchos otros, esa ‘voz’ me empuja a estar cerca de las heridas del mundo, allí donde sangra. Hay que ver lo que se puede complicar la vida cuando escuchas esa voz que comentaba antes. Pero, ¿sabes?, bendita complicación.

¿Está satisfecho con la labor que desarrolla?

Decir que todos los días son un camino de rosas sería mentir. Hay momentos en que la distancia, la separación familiar, la falta de referencias culturales o el idioma, entre otros, pueden oscurecer las emociones positivas. No obstante, el cómputo general es bueno o muy bueno. Hay ciertas experiencias que, aunque lo que resta de tiempo fuese negativo, no enturbiarían lo que está significando para mí.

¿Qué es lo que más le sorprendió al llegar?

En términos absolutos, la pobreza. Hasta que llegué aquí, pensé que conocía el significado de esa palabra. Pero aquí adquiere otra dimensión, es como si siempre hubiese un paso más, como si el escalón siguiente pudiera descender aún más abajo. No solo hablo de no tener nada, sino de llegar incluso a no ser nada, como si no existieran a pesar de estar vivo. Sin residencia, sin electricidad, sin agua, sin alimento, sin ropa, sin que nadie quiera acercarse a ti, sin contar para nadie. Por lo que llevo visto hasta ahora, hay situaciones en las que cualquier descripción se queda corta. Para algunos no supondría la menor diferencia entre existir o dejar de hacerlo. El mundo continuaría girando si no estuviesen, ni siquiera sus familias les llorarían, porque algunos ni siquiera saben lo que significa tener una.

La primera cosa concreta que me sorprendió fue la oscuridad: cuando venía en el avión era ya de noche y yo iba mirando por la ventanilla. Todo estaba oscuro, de vez en cuando algún fuego naranja allá abajo, pero nada más. Varias horas de oscuridad, hasta que la capital apareció con luz eléctrica. La noche, cuando sales de la capital, es muy muy oscura.

¿Cuáles son los valores que destacaría de la población africana que conoce?

Hablar de africanos es muy genérico, podría hablar de la población ghanesa, pero sobre todo de la congolesa, que es la que conozco. Es una pregunta tremendamente complicada porque los mismos valores que he detectado se convierten en antivalores en según qué contextos. Por ejemplo, la familia es extensa y hay que ocuparse de ella: si un familiar, incluso lejano, tiene un problema, todos los miembros de ella se movilizarán para darle respuesta. Eso es algo de lo que carecemos en nuestra sociedad, de allá del norte; ¿cuál es nuestra reacción, si no, cuando un primo segundo o tercero viene a pedirnos dinero? De igual manera, este aspecto que puede ser considerado como muy positivo, se convierte en un antivalor cuando una persona ignora a otra por el mero hecho de no pertenecer a su clan (entendido como familia extensa).

¿Cuáles son las necesidades más acuciantes?

Muchas, hay zonas en las que el acceso a un plato de comida es tarea complicada, especialmente durante la estación seca. En otras regiones, el agua escasea o es de muy baja salubridad. Nos encontramos con personas para las que el acceso a la corriente eléctrica es solo un sueño. La educación es una entelequia para muchos, que no pueden permitirse pagar las tasas educativas.

¿Cuál es a su juicio el primer paso que deben dar para superar la pobreza?

El primero es saber que se puede. El segundo, querer poder. Y el tercero, entender cómo hacerlo.

La idea generalizada es que salir de la pobreza es conseguir dinero, por lo que muchos se afanan en alcanzar ese objetivo sin tener en cuenta ninguna otra consideración, dejando de lado aspectos tan importantes como el cooperativismo o los planes a largo plazo. Los congoleses saldrán de la pobreza todos juntos o no saldrán.

¿Confía en que la situación vaya a mejorar en este mundo tan globalizado?

No sé si el mundo rico les dejaremos. El coltan que las multinacionales expolian en el este, así como el cobre y otros minerales, forma parte de nuestros aparatos electrónicos (teléfonos móviles y ordenadores). Con cada uno que compramos, fomentamos la guerra en aquella región del país. Cada diamante que se regala sin preguntar el origen provoca que miles de personas trabajen en las minas en condiciones cercanas a la muerte. Confiar, confío. Que sea de hoy para mañana, dependerá de lo que trabajemos entre todos para conseguirlo. ¿Estaremos dispuestos a exigir a los fabricantes condiciones justas para todos, a lo largo de toda la cadena, aunque se incrementa el precio de lo que compramos? ¿Nos preocuparán lo más mínimo las violaciones masivas, la incineración de personas vivas, la mutilación a golpe de machete, mientras podamos disfrutar de la última versión de nuestro teléfono móvil con tecnología 4G?

¿Qué podemos aprender de los congoleses en nuestro mundo desarrollado?

Podemos enseñarnos mutuamente, pero es tan difícil. Solo conocemos que en el África subsahariana todo es pobreza y guerra y ellos piensan que en Europa está el dinero y, con él, llega la felicidad. Ambas premisas son falsas. El descubrimiento de lo que hay más allá de eso, a través de la lectura o de otros medios, nos proporcionará una visión nueva de la realidad. Eso ya es aprender.

¿Es posible vivir sin estrés?

Lo es, no aferrándonos en exceso a lo material y prestando más atención a eso que no se puede tocar: las relaciones fraternales, la amistad, los gestos de bondad, la caridad, el amor… Ahora bien, me pregunto si será más estresante un ambiente de trabajo absorbente o la apremiante necesidad de encontrar los medios para que la familia pueda comer en el día de hoy.

¿Qué echa de menos allí?

Además de a mi familia y a mis amigos, parecerá una tontería, pero me apetece mucho comerme un plato de burumbayas o chipirones. Aquí he probado larvas de mariposa, saltamontes y grillos, pero no es lo mismo, el sabor es extraño. Además, crujen constantemente mientras los masticas.

¿Conoce a africanos que quieran venir a España o Europa en busca de un futuro mejor?

Quizás podríamos reformularla diciendo: ¿quién no quiere viajar a Europa? Como decía antes, la idea general es que aquí todo es armonía, paz y bienestar, que las personas no sufren para conseguir un plato de comida. La gente de la calle apenas distingue un país de otro, conocen Bélgica porque fueron colonia suya y a España por los misioneros.

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