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La parroquia Ntra. Sra del Espino en Madrid anima a mantener la esperanza frente al coronavirus
La crisis del coronavirus ha alterado a toda la población mundial, ya sea atascando el engranaje de nuestras rutinas, llorando pérdidas, poniendo nombre a los miedos o deseando que esto acabe pronto. Como siempre sucede al enfrentarnos a situaciones difíciles, necesitamos comprender las etapas de lo vivido. Las fases del duelo no son lineales pero sí progresivas. Hemos visto cómo se han ido entremezclando el miedo con el enfado o la negación, y a todo se le ha añadido una épica personal que ha otorgado momentos de optimismo y descanso. Aunque veces, no hicieran falta más de diez minutos para perderse en el desierto nuevamente, como el pueblo de Israel. Tras esta larga recta que fue el confinamiento, al salir por fin a la calle los barrios han constatado que ha llegado ya un tiempo de cambios. Cambios de actividades, de ritmos y de formas de participación. Hemos soñado, rezado y crecido, y mientras nosotros estábamos en casa múltiples espacios se desbordaban en entrega y amor: hospitales, supermercados, residencias y por supuesto, parroquias. Tanto laicos como sacerdotes han hecho de la circunstancia adversa un compromiso para salir juntos adelante. Y ahora toca transitar otro camino, entrar en otra fase, activar los mecanismos de defensa del corazón y comenzar con el duelo.
Por eso la parroquia Nuestra Señora del Espino en Madrid no quiso dejar pasar más y celebró a los pocos días de la vuelta a la nueva normalidad el funeral por Pilar Sanz, religiosa muy activa en la vida de la parroquia, en el grupo de Palabra y Vida y en el despacho de Cáritas. Nadie en el barrio de Plaza Castilla olvidará fácilmente su labor, pero todos necesitaban reunirse y adaptar su alma al cambio. Los duelos son supervivencia y en cierta manera tratan de hacer entender que amar es tan complejo como dejar ir. “No te has ido con las manos vacías. Cuando hayas llegado al Padre, irán apareciendo nombres: familia, comunidad, alumnos a los que seguro has cuidado. También nombres de tu parroquia para los que tenías tu saludo habitual, y nombres de todos aquellos que acudían a la acogida y te recuerdan”, rezó la comunidad parroquial. Descanse en paz.
Estos días también cabría preguntarse cómo convivir con el dolor, y volverlo algo útil. El claretiano Jorge Domínguez, párroco, quiso ofrecer algunas claves haciendo presente, en primer lugar, que todo sufrimiento cuenta. Tomarlo en peso ayudará en la búsqueda que nuestra fe invita: no a la de aferrarse al primer consuelo, sino procurar caminos para entrar en él. Y también en este sentido quiso María Teresa Rodríguez, laica y muy querida en ‘El Espino’, dedicar una carta a claretianos y a toda la feligresía: “Pienso que ha llegado la hora de dar las gracias a Dios y a todos vosotros por tanto bien recibido”, comenzaba diciendo. Su historia en estos últimos días es la de quien estuvo muy cerca de fallecer en el hospital, pero acabó saliendo adelante. Se contagió de coronavirus a principios del mes de marzo y cuando despertó España entera estaba confinada. “Cuando comencé a pensar que no me importaba morir, empecé a mejorar”, prosigue su escrito. “Desperté y pedí mi teléfono. Comencé a leer mensajes pero solo podía responder a mi familia y a mi párroco”, continúa. “No tengo ningún mérito […]. Recordaba los barrios en los que trabajé en misiones y daba gracias a Dios sin parar por poder tener una habitación compartida con toda la atención sanitaria y los remedios necesarios a mi disposición. Esto es un privilegio”.
Al poco de despertar, “aún no me encontraba bien. Cada vez que los sanitarios sabían que no había tenido buenas noticias me ponían en la bandeja de la comida alguna nota: ‘Animo, valiente, tú puedes’. Les daba las gracias y me contestaban que solo hacían su trabajo. Pues mira, el trabajo se puede hacer de muchas maneras, pensaba yo”. Para acabar la carta, añade: “Me gustaría daros las gracias a todos personalmente porque me he sentido acompañada. Especialmente quisiera agradecer al Equipo de Animación Pastoral de los misioneros claretianos, cuya misa seguía en el hospital a través de internet. También a toda la comunidad de El Espino, y a quienes todos los días me mandaban cosas y me animaban a seguir. Dios me ha dado un tiempo extra” finaliza.