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Encuentro Quinquenio 2004 Baltar (A Coruña)
Reencontrarse es enriquecedor. Aunque sea poco tiempo, muchos kilómetros y dejando tareas que todos tenemos asignadas en nuestras comunidades y ministerios. Esta fue la conclusión a la que llegamos al término de nuestro encuentro de quinquenio.
Organizaba la provincia de León. El espacio elegido fue nuestra casa de Baltar y el tema las relaciones comunitarias intergeneracionales. Fue un fin de semana intenso que nos dejó buen sabor de boca y ganas de haber tenido más tiempo para el diálogo, el compartir experiencias, la oración...
Todo ayudaba. El marco de una costa gallega agreste, dura y marinera. Allí donde se entrelaza el cielo con el mar; donde la fe se mezcla con lo ancestral, con la dureza de una vida que transporta al más allá, a lo diverso, a la sacralidad que envuelve lo cotidiano. Una casa como la de Baltar por la que pasaron muchos misioneros en su año de pastoral, antes de partir hacia sus respectivos destinos, y que hora quiere ser una comunidad de referencia que acoge y acompaña. Unas gentes que se dan, desde lo central de su existencia, gratuitamente como debe ser y pocas veces es.
Fuimos reuniéndonos poco a poco desde el sur más lejano, pasando por el centro y llegando hasta la proximidad de las Rías Baixas. Nos saludamos y descansamos.
Al día siguiente se nos propuso una reflexión sobre el tema que tratábamos: las relaciones intergeneracionales en nuestras comunidades. Juan Carlos Rodríguez nos dio unas interesantes pinceladas sobre las posibilidades y peligros de cada una de las franjas de edad dentro de la vida religiosa, partiendo de la alegoría de las cuatro estaciones de Vivaldi. A continuación tuvimos un tiempo de oración personal, reposado, desde el que rumiar la vida y la relación con nuestros hermanos de comunidad.
El modo elegido para compartir lo orado fue una eucaristía. Nos trasladamos hasta la ermita da Virxe do Porto, patrona de las gentes del mar, protectora y fiadora de penas y alegrías de una mar (femenina) que da vida pero que también la reclama de manera cruel algunas veces. Con los acantilados, las olas y el sol, en el centro mismo de un mundo interior y, al mismo tiempo, tan superior a nosotros, pusimos la melodía a nuestra experiencia de vida, cada uno desde su estación, desde su época del año.
Ya por la tarde nos dirigimos a unas parroquias rurales de la diócesis de Santiago. Allí desarrollan su labor un equipo de dos sacerdotes diocesanos junto con un grupo de laicos. Ellos son la iglesia concreta dentro de una realidad rural. Nos comentaron sus logros, sus problemas, sus esperanzas y dolores. Pudimos ver una realidad desconocida para la gran mayoría de nosotros. Palpar por un momento un pueblo que va dejando de ser o va siendo cada vez más anciano. Que percibe que hay pocos niños que corran por las calles y que los jóvenes prefieren irse a las ciudades porque "a vida é moi dura eiquí". Y en esa realidad una iglesia comprometida, una comunidad pequeña que transmite vida e ilusión; un trabajo compartido desde la convicción de que es lo mejor, no porque haya que echar mano de los laicos a falta de clérigos. Una lección para los que vivimos en el anonimato del cemento, en las colmenas individuales y estancas de las urbes. Un tiempo y un espacio diverso que dan que pensar, que te ponen en otra clave.
Por la noche compartimos oración, cena y tertulia con los hermanos de la comunidad de Ferrol, ejercicio práctico intergeneracional; y al día siguiente nos fuimos dispersando (a algunos les quedaban por delante muchos kilómetros) tras compartir la eucaristía dominical con las comunidades de las Parroquias que se acompañan desde la casa de Baltar: O Val, Meirás, Santa Margida...
Como se decía al principio a todos nos quedó un buen sabor de boca y ganas de haber compartido algo más de tiempo y vida. Quedamos emplazados para el siguiente encuentro que organizan nuestros hermanos portugueses.
Como conclusión de todo lo vivido puede quedar lo siguiente: lo importante para las relaciones comunitarias no es la cercanía generacional de sus miembros, sino la calidad de las personas que damos vida y sentido a la comunidad. Ojalá que entre todos reconozcamos la presencia de Dios en nuestros semejantes, en nuestros prójimos.
El cronista