Las comunidades claretianas revisan estos días su estilo de vida

Hace años alguien se atrevió a escribir en nuestra revista ‘Vida Religiosa’ que una comunidad religiosa no se identifica sólo por el credo (el símbolo de la fe) que recita, sino también (y casi tan en serio) por el presupuesto que elabora y lleva adelante.

La afirmación, que puede resultar chocante, no lo es tanto, y apunta a algo bien nuclear en la vida cristiana: el amor ha de teñirlo todo, y la respuesta al don de Dios y a la llamada a la fraternidad encuentran en la coherencia de vida y en la disposición al compartir uno de sus mejores termómetros. ¿De qué nos sirve presumir de amor al Padre y al prójimo si la vida de los demás nos importa bastante poco?

Como tantas familias, a comienzos de año, las comunidades claretianas hacen sus cuentas e intentan programar de dónde van a obtener los recursos que necesitan para vivir y desarrollar su misión, en qué los van a emplear y con quién van a compartirlos.

En esa elaboración de presupuestos, que suele incluir un día de retiro y más de un diálogo en comunidad, los claretianos repasan qué pueden dedicar a actividades misioneras, a alimentarse, a acomodar sus viviendas, a cultivar su formación permanente y a la solidaridad.

Para acompañar ese proceso el Equipo Provincial de Solidaridad y Misión ha escrito estos días a las comunidades invitándoles a preguntarse qué pueden poner a disposición de otros en estos tiempos tan duros para muchas familias y de qué se puede recortar para compartir más. Todas las comunidades se han hecho ya estas preguntas en los últimos años, pero volverán sobre ellas en las próximas semanas. Los pueblos del Sur del mundo, los desfavorecidos de tantos barrios y ciudades del Norte y el mismo Evangelio se lo merecen.