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Pastoral de migrantes: consolidando comunidades donde todos nos sintamos en nuestro hogar

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“No importa donde nos hayamos bautizado, todos tenemos la misma dignidad en la parroquia. Y esta es la clave para la buena acogida, nuestra fe”. Así se expresaba María Luisa García González, misionera claretiana, en la última de la serie de entrevistas ‘Viaje en globo’. Así, el pasado jueves, desde su trabajo al frente la pastoral de migraciones de la diócesis de Oviedo, pudimos charlar con ella en torno al tema de la pastoral del encuentro de nuestras comunidades cristianas y su necesaria reconversión a una pastoral de acogida, aquella que para transformar nuestras estructuras ha de pasar primero por el corazón.

“La pastoral de migraciones tiene por misión poner el foco en todas las personas extranjeras, tratando de acompañarlas en su proceso de acogida e integración dentro de la sociedad y de la Iglesia. Esta pastoral es como un aguijón que recuerda a toda la Iglesia el “fui forastero y me acogisteis” del Evangelio”, explicaba la religiosa. “Y si posamos la mirada fuera de los muros de la parroquia, nuestra encomienda trabaja para que la sociedad sea acogedora con los que han llegado de otros lugares y combatir así la xenofobia”, completaba.

La vocación cristiana de García González, su ser misionera, le hace salir en búsqueda del hermano, en diálogo y acogida. Un perfil que encaja como anillo al dedo en la pastoral en la que se desempeña, que al fin y al cabo podría resumirse como un trabajo en dos direcciones: inculturación del Evangelio y evangelización de las culturas.

“Nos interpela de forma especial las palabras del papa Francisco. Él habla de una ‘Iglesia en salida’ que en nosotros se hace carne casi como una exhortación. Hay que salir al barrio, a la periferia, a buscar al hermano que no está aún en la comunidad. Se trata de ser una iglesia en misión”, razonaba. “Porque no todos los migrantes se acercan a nuestras comunidades cristianas, y no a todos podemos esperar sentados”. “Una comunidad acogedora es más que aquella que espera”.

Para convertir nuestras comunidades en unas capaces de generar una red de relaciones humanas con una única identidad necesitamos “en primer lugar, la oración”, pues “sin el encuentro con Cristo nosotros no podemos hacer nada”, afirmó rotundamente. Desde ahí, “y una vez que nos hayamos empapado de la Palabra de Dios”, deberíamos fomentar la cultura del encuentro, “del tú a tú”, continuaba diciendo. “Es decir, la escucha sin prejuicios, el cambio de lenguajes que dividen o marcan la diferencia, pero también, y sobre todo, hacer cosas juntos, pasar tiempo unos con otros”.

Hemos que tener muy claro hacia qué modelo de comunidad nos dirigimos. La fotografía actual de la iglesia en España sigue mostrando que de entre los migrantes católicos, muchos se han acercado a nuestras parroquias por la puerta de Cáritas y no han pasado más adentro; otros, sin embargo, participan de manera ordinaria en la actividad eclesial y aportan una renovación a nuestras comunidades. “Las comunidades que han sabido acoger participan de un momento de comunión muy fuerte, al que llegan a definir como un nuevo Pentecostés”. “Por eso insistimos en que esta pastoral de acogida y acompañamiento a la persona migrada ha de ser transitoria y así llevar a la cohesión y la integración de todos en la comunidad, hacia un nosotros cada vez más grande donde todos somos iguales en dignidad”, concluyó.

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