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Un nuevo sábado santo: ¿porqué, porqué?
¡Dos días de Julio marcados por la muerte! El lunes por la tarde nos vemos sorprendidos por la muerte uno de nuestros novicios, nuestro querido Francis-Kiko, misionero claretiano chino. El miércoles por la noche nos vemos sorprendidos por un terrible y dramático descarrilamiento de un tren en Santiago de Compostela con 80 personas fallecidas y más de 168 personas heridas. No me pregunto por las causas de lo irremediable. Me pregunto por la causa de las causas: nuestro Dios. ¿Pero quién soy yo para juzgar a mi Dios? Sí quiero, no obstante, expresarle mi zozobra y decirle que creo en Él, “a pesar de…”
El 21 de Julio a las cinco y media de la tarde muere uno de nuestros novicios. Se llamaba Guangqiang Gao. Lo llamábamos Francis-Kiko. Yo lo conocí en Pekín, después en Zhuhai. Era como el hermano pequeño de la familia que nos estaba naciendo en China. Un misionero claretiano que comenzaba a nacer. Me recogió y después me acompañó hasta el aeropuerto de Pekín. Aquella tarde oramos juntos, comimos juntos en la humilde casita. ¡Qué alegría sentí al verlo aquí en España con motivo de la JMJ2011, y comprobar su ya consolidada vocación. Más todavía, ¡cuando supe que venía para hacer aquí su noviciado! Fancis-Kiko logró superar muchas pruebas para iniciarse e integrarse en nuestra vida misionera En él pusimos nuestras esperanzas misioneras en China. Alegre, perseverante, se hacía querer tanto… Llevaba consigo como una inocencia feliz, una humildad innata… Y he aquí que la muerte se lo llevó misteriosa e inexplicablemente un poco antes de culminar su noviciado.
Y me traslado ahora a imaginativamente a un tren Alvia. Y me veo dentro de él, como tantas veces. Me rodea gente feliz, juguetona con sus móviles o sus tabletas, conversadora, o adormecida, contempladora del paisaje, o caminando por el pasillo de un vagón a otro… Cuando llega la estación importante, quienes tienen en ella su destino se impacientan y se levantan unos minutos antes de llegar, van recogiendo sus equipajes y se trasladan a las plataformas de salida. Llegan a Santiago de Compostela, el gran lugar de peregrinación y de vida. Y precisamente el día antes de la fiesta del Santo. Cuando, sin previo aviso se presenta la muerte y siega la vida de muchas personas, sin discriminación y a muchas otras las deja heridas. Y como nadie vive aislado, miles de familiares, amigos, siente ¡cuánto en el alma…!
Y todo sucede cuando, el 19 de Julio, estando yo en la estación de Sants (Barcelona) atiendo a una señora de más de sesenta años que buscaba el andén desde el que debía partir su tren. Cuando le muestro los indicadores y dónde podría esperar, me despido de ella con un “¡quédese con Dios!”. En ese momento se volvió hacia mí, airada y enérgica diciéndome: “¡Dios no existe!”. Y continuó: “¡no puede existir porque mire cómo está este mundo de monstruoso y corrompido”. Y hablaba de personas que conocía, de políticos, de economistas, de familiares… ¡son monstruos!, añadía.Y ante mi pregunta: “¿se arregla algo de eso eliminando a Dios?”, ella me respondió: “Dígame, qué hombre científico, seriamente científico cree en Dios. ¿No fue José Luis Sampedro, un hombre grande? ¡Pues no creía en Dios! ¿Y Severo Ochoa, tampoco creía en Dios?” Luego me dijo que había sido educada en un Colegio de Religiosas, que había obtenido un premio de Carrera en Matemáticas, que era de una familia muy influyente…Yo me preguntaba interiormente: “Dios mío, Dios mío, ¿cómo defenderte ahora, ante esta mujer? ¿Qué argumento, qué testimonio puedo aducir? Porque cualquier cosa que dijera, ella la rebatía con inteligencia y pasión. Incluso me habla de personas religiosas que durante su formación la discriminaban y que incluso la abandonaron cuando ella esperaba que se le hubieran acercado durante una enfermedad que padeció.
Yo me pregunto ahora, un día después de esta cadena de sucesos: ¿Dios mío, es verdad que has creado un mundo que algunas o muchas veces no funciona bien? ¿Y que, como consecuencia, amenaza la vida, la interrumpe, la mata? ¿No nos haces así vivir en la mayor inseguridad? ¿Tan pendiente está la vida -que has creado- de accidentes, errores o fallos que en un instante desaparece o deja de ser lo que era?
¿Cómo invocarte como Abbá, como Padre y Madre -fuente de vida- de todos nosotros, cuando al parecer nos abandonas y no te preocupa que podamos morir? O ¿cómo explicar, que quienes en estos casos soslayan el peligro puedan exclamar “gracias a Dios”, mientras tantos otros perecen sin que Tú, Dios mío, les concedas tu gracia? Tratamos de justificarte hablando de cómo en el dolor, en el sufrimiento, sigues a nuestro lado, curando nuestras heridas, atendiéndonos en nuestra desesperación, consolándonos a través de buenos samaritanos y samaritanas, generando mucha solidaridad entre nosotros. Pero, Dios nuestro, ¿es esa la realidad?
De verdad que eres un Dios escondido, que tus caminos no son nuestros caminos y nos llevas por senderos que ignoramos. Los humanos no somos quiénes para decretar tu existencia o tu inexistencia.Quienes creemos en Tí, Abbá, no debemos justificarte a base de argumentos simplistas, que ni conmueven el corazón, ni iluminan la mente; ni precipitarnos en identificar lo que sucede con un “hágase tu voluntad”.
¡Nada de angelismos que nos eviten comprender a fondo nuestra condición humana y terrena! El dolor humano merece un gran respeto. Lo que sucede, sucede. Y debe ser acogido en toda su verdad: con el dolor que causa, la oscuridad que produce y la rebeldía y desesperación que genera.
Hubo un momento en que -descubrí en mi una cierta ira interior- hacia aquella mujer que me argumentaba en contra de la existencia de Dios. Fruto de aquella ira fue una afirmación mía que me suscitó la lectura del evangelio de ese día: “Dios oculta sus misterios a los sabios y entendidos y se los revela a los sencillos”. Por eso, le quise decir, que la soberbia intelectual, la autosuficiencia intelectual cierra la mente para que sea imposible creer en Dios. Fue cuando ella me respondió: “¿Va usted a dudar de la honestidad y humildad de José Luis Sampedro?”. Me dolió haber expresado que grandes intelectuales ateos o agnósticos, lo son por pura autosuficiencia y orgullo intelectual. Estoy convencido de que la auténtica ciencia siempre es humilde, siempre está abierta a nuevas búsquedas y descubrimientos. Por eso, me dolió haber reaccionado así y haberle transmitido a aquella mujer mi sospecha de que ella misma fuera una mujer orgullosa.
Dios mío, no es así cómo se te defiende. Tú amas a los científicos que descubren tu mundo, sus misterios, sus complicaciones y complejidades. Si les cuesta creer en Tí, es porque tú eres el Misterio de los Misterios, el absolutamente Otro. Ellos y ellas dignifican tu Misterio y no lo convierten en un juego jeroglífico fácilmente descifrable.
En mi diálogo con la mujer de Sants sí le dije algo ante lo que guardó un respetuoso silencio. Fue cuando le dije que nuestro Dios envió al mundo a su Hijo, Jesús, y éste fue también una víctima de la monstruosidad humana, de ese sufrimiento que no tiene explicación. Nosotros creemos que Dios estaba allí en aquel viernes santos.
Creemos que aquel Dios del Calvario se hace presente en tantos otros inexplicables sufrimientos humanos, en tantos otros viernes santos de la humanidad: en los campos de concentración, en las cámaras de gas, en los resultados de los terremotos, los sunamis, los corrimientos de tierra, los aludes y sus terribles consecuencias en los humanos. Creemos que Dios estaba allí cuando Francis-Kiko se ahogaba, cuando el tren enloquecido por la velocidad tomó la curva, descarriló causando tanta destrucción y muerte.
Ahora nos encontramos en el sábado santo del “duelo”, del “dolor”. Nos estamos asomando a un infierno de dolor, de lágrimas, de obligadas despedidas. Sí estamos de luto, tratando de comprender ese infierno en el que parece que no hay Dios.
Abbá nuestro, nada conseguimos con negarte, con prescindir de ti. Tú eres el Dios-Amor. Tú no estás con los verdugos, tú no empujas las realidades que matan. Tú eres un Dios clemente y compasivo y no eres indiferente a nuestro dolor. Haznos comprenderte, Padre nuestro, en circunstancias como éstas. Comprende nuestras preguntas, nuestras dudas, nuestras penas.
Estamos en nuestro “sábado santo”. El día de tu silencio. El día de María della Pietà. El día del llanto, de la pena, el día de tu Presencia más misteriosa en el dolor más inexplicable.