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En nombre de la dignidad fundamental de las personas, no más veinticuatros de junio

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La Iglesia siempre lo ha denunciado, pero en los últimos años las cifras no han dejado de crecer. 4.404 personas resultaron muertas por causa injusta en la ruta hacia España en el año 2021. Más del doble que el año anterior.  Y hoy han confirmado que han sido treinta y siete personas las que perdieron la vida el pasado viernes en la valla de Melilla. Murieron con dolor a catorce kilómetros de nuestro país, sin haber cometido ningún delito. Nuestra sociedad enciende su teléfono y busca los vídeos que circulan por las redes sociales. Todavía hay quien se explica estos hechos criminalizando a las víctimas y excusando así la dureza del dispositivo policial y del trato inhumano de quienes repelían este intento de acceso. Nosotros, junto a todas las organizaciones de la Iglesia, continuaremos condenando barbaridades como la ocurrida hace cinco días. Nadie debería callarse delante de un muchacho que ha muerto abandonado.

Así lo ha expresado Miguel Tombilla, el coordinador de Solidaridad y Misión de esta provincia religiosa en un comunicado que ayer publicó en la página web de Fundación PROCLADE. “Siguen llegando algunas noticias de entierros a toda velocidad para que se olvide pronto, para que se borre lo que ya no se puede ver: una masacre”, escribe. “Se puede echar la culpa a las mafias o a los tratantes de personas, pero se lavan las manos los que hacen una política migratoria de parapeto y de vergüenza en pleno siglo XXI”, continúa el misionero, también responsable de incidencia política de nuestra ONG. La realidad no la queremos ver, pero “los que intentan saltar la valla son los más vulnerables de todos. Si hubieran podido entrar por un aeropuerto, lo hubieran hecho”, lamenta.

Haciendo nuestras las palabras de Mons. Santiago Agrelo nos dolemos viendo cómo hoy “las autoridades de los pueblos se felicitan de haber conseguido que los sin derechos estén muertos, que los sin pan estén muertos”. A las palabras del arzobispo emérito de Tánger nos adherimos cuando a renglón seguido lamenta que “se felicitan, y se aplauden, y se animan a continuar matando a jóvenes africanos sin derechos y sin pan […] Y la conciencia calla, […] como si a Dios no importasen los pobres que asesinamos”.

Es evidente que hay que reflexionar. Hay que exigir responsabilidades de lo sucedido, y así lo expresamos desde Solidaridad y Misión. También denunciamos la pasividad a la hora de reaccionar y buscar cambios más de fondo que eviten que tantas personas se jueguen la vida en cada salto de una valla o en el mar. Estamos consternados y avergonzados por esta nueva herida a nuestra común humanidad y nos sumamos a las voces que exigen a Marruecos y a España una investigación seria y objetiva que esclarezca los hechos. Pero hoy la Iglesia está haciendo algo más que todo eso, porque una respuesta cocinada en esferas políticas y que provenga de la sola racionalidad ya no es suficiente. Hoy la Iglesia pide que a la sociedad le sean concedidas las lágrimas frente a este horror. Necesitamos entrañas de misericordia antes de mirar este sufrimiento cara a cara porque urge actuar. Tenemos que acabar con la injusticia que criminaliza a las personas migrantes y empujar a favor de una humanización de las políticas migratorias. Ojalá la fecha del 24 de junio espabile nuestras conciencias.

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