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Reconocer a las víctimas y trabajar a su favor. Finaliza la tercera jornada del curso de protección de menores

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“En materia de protección al menor y al adulto vulnerable no todo está hecho. A la Iglesia le queda mucho trabajo por delante”, reconoció el P. Carlos Martínez Oliveras, coordinador del curso de protección de menores que imparte el Instituto Teológico de Vida Religiosa en colaboración con ‘Center for Child Protection’ de la Universidad Gregoriana de Roma. Un curso de formación y reflexión que ofreció en abierto su tercera jornada online del primer semestre, un itinerario de pasos decididos en la cultura de la seguridad y la protección, persiguiendo la justicia reconciliadora y restaurativa para con las víctimas. Y para ello contó en la mañana del sábado con María Teresa Compte y Adolfo Lamata, dos ponentes que incidieron en la urgente necesidad de un mayor trabajo cooperativo de toda la Iglesia, desde sus muchas caras y distintos puntos de vista necesarios para profundizar en la conciencia de la gravedad de estos asuntos. “Desde una primera sensibilización podremos generar una cultura que avance a ciertos estándares de actuación para erradicar esta honda herida eclesial”, coincidieron ambos.

Así la primera exposición, brillantemente tratada por la profesora Compte Grau, Doctora por la Universidad Pontificia de Salamanca y presidenta de la asociación Acogida Betania, giró en torno a la asistencia y el reconocimiento de las víctimas, “quizá abordado desde una perspectiva distinta”, inició, advirtiendo que “fundamentalmente, voy a hablar de justicia”.

De tal modo, para la conferenciante, “nuestro principal problema, como Iglesia, es la falta de reconocimiento de las personas abusadas en lo que son: víctimas”. Pues “es cierto que el mayor índice de victimización primaria no se produce en el seno de nuestras comunidades cristianas, pero sí sucede el mayor porcentaje de causa de victimización secundaria, es decir, la que tiene lugar cuando las personas agredidas se acercan a la Iglesia a buscar respuesta y, al no encajar en nuestros patrones de ‘víctima ideal’, absolutamente inocente, se le cuestiona y despoja de su condición real”. En este sentido, Compte abundó aseverando que “alguien es víctima cuando se le reconoce un hecho injusto. Punto. Todo lo que sea salir de esta definición existiría como concepto teórico, pero no como cierto”.

A partir de tal punto, “puede y debe comenzarse la desvictimización”, un proceso activo en el que se asumen las responsabilidades y que tiene por fin que la persona abusada abandone el lugar de víctima y deje de serlo”. “Los abusos sexuales siempre serán condicionantes, pero con la ayuda necesaria no tienen porqué ser determinantes. Ahora bien, “sin la desvictimización la persona caería en el victimismo”, lugar desde el que “no se puede vivir”.

Tres tiempos. Pasado, presente y futuro

El proceso de desvictimización implica en un primer momento volver al pasado, “lo cual no es escuchar y dar crédito al relato de la persona abusada; va más allá. Es reconocer que ha habido una injusticia y se debe, por tanto, asumir una responsabilidad”. “Si no se asumen los hechos ni se procura reparar, nadie se va a creer ningún avance que podamos hacer en materia de prevención”.

Por ello, “desvictimizar es acción presente”, pues “es capacidad de respuesta a las necesidades específicas que el daño de los abusos ha generado. No nace del cultivo de una emoción empática, es más bien el respeto a unos derechos inherentes”. Finalmente, es futuro. “La institucionalización de estas medidas es garantía de prevención, de no repetición. Y es futuro también porque tenemos que demostrar que somos capaces de cumplir con nuestros deberes”.

Gestión y comunicación

Seguidamente tomó la palabra el misionero Adolfo Lamata, vicario de la provincia claretiana de Santiago y parte del Equipo de Titularidad que coordina la gestión de los siete colegios de esta provincia. Si la charla de la profesora Compte Grau ubicó el marco de las coordenadas donde movernos, el P. Lamata ofreció una respuesta práctica al cómo actuar desde el ámbito de la gestión de estos asuntos y la comunicación de los mismos. Un amplio esquema de dividido en tres fases: antes, durante y después, “tiempos que exigen ser manejados desde la sensibilidad de quien conoce que la percepción de las horas no pasan a la misma velocidad para una institución que para una persona que haya sido victimizada”, remachó.

El trabajo previo está siempre basado en un antes, un plan de sensibilización institucional, un programa de cumplimiento normativo y un plan de prevención trazados previamente “que formen parte natural de nuestro día a día”, completó. En esta fase es fundamental la selección del personal y la admisión de los candidatos a los seminarios y noviciados.

Y si es importante el antes, también lo es en el durante. “Es decir, el momento en el cual nos estemos viendo inmersos en un proceso de investigación”. Cuando se desata algún caso es fundamental recibir la denuncia, comprobar una cierta veracidad y poner la prioridad en la víctima desde la cercanía y el apoyo bajo tres claves: escucha, acompañamiento y transparencia. Más adelante vendrán la investigación, las medidas cautelares, los procesos (canónico/penal) y las medidas finales. “Y evidente, la comunicación. En primer lugar, con la víctima, que necesita contestación y saber qué procesos se están poniendo en marcha”. “Pero también comunicación interna -hacia nuestras instituciones- y externa, -en los medios de comunicación social-“ ¿Quién lo hará? ¿Cómo? ¿En qué formato? La clave, como en casi todo, “pasa por trabajar en red”

Finalmente viene el tiempo del después. El momento posterior habrá de estar marcado por el seguimiento, la terapia, la sanación/reparación y el acompañamiento que nunca debe faltar.

Antes de finalizar, el religioso ofreció unas pinceladas sobre comunicación en tiempos de crisis, amplio tema para el que expuso diferentes pautas, sistematizando con ellas un modo de actuar. La materia es mucha y el claretiano hubo de comprimirla en píldoras, pero siempre con el eje vertebrador de una comunicación capaz de transmitir transparentemente, con actitud decidida y proactiva, sin minimizar el problema y procurando lanzar un mensaje que ayude a la solución. Por último, Lamata quiso compartir la estructura principal del protocolo de prevención y actuación que los claretianos han trabajado en los últimos años, y para el que aún ultiman la presentación. “Tiene dimensión informativa y formativa y se traduce en los colegios con otro documento, los códigos de conducta.” “Para nosotros son documentos importantes, pues no solo dicen cómo debemos comportarnos frente al menor y al adulto vulnerable; también hablan del compromiso que tenemos en el ámbito docente y cómo queremos estar en la enseñanza”.

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