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Cáritas San Petersburgo y el Covid-19
MARIANO J. SEDANO, CMF | En la capital norteña de Rusia la pandemia del Covid-19 es una realidad, aunque una realidad escondida y silenciada, pues las noticias llegan demasiado filtradas y no se sabe muy bien el alcance de los contagios y el número de personas fallecidas. Es verdad que no se han alcanzado las cotas de Moscú, donde los contagios y muertes reconocidas oficialmente han sido mucho mayores.
Independientemente de ello, desde finales de marzo del presente año, en Cáritas comenzamos a tomar medidas para intentar paliar las consecuencias más evidentes de este problema de salud, pero que es también social, económico y humano en todos sus aspectos.
Lo más evidente desde sus mismos comienzos, es que las personas que habitualmente participaban en los diversos programas que llevamos a cabo (para niños en riesgo de exclusión social, deficientes mentales, personas con dependencia física, alcohólicos y drogadictos, familias con problemas, madres solas o víctimas de violencia, vagabundos, sin techo o ancianos) de repente desaparecieron debido a las restricciones impuestas por el gobierno de la ciudad. Esto nos obligó a cambiar de estrategia, buscando la forma mejor para acogerlos y seguir ayudándolos. Se trataba de acercarnos más a ellos y adaptarnos a la nueva situación. Ese ha sido el objetivo de nuestros trabajadores y voluntarios durante este tiempo, a pesar de las restricciones impuestas.
La primera dificultad con que nos topamos fue que el número de voluntarios disminuyó drásticamente, porque el gobierno de la República Federal de Alemania (de donde procede el 95% de nuestros voluntarios permanentes y bien preparados) exigió a finales de marzo su inmediata repatriación. Con lágrimas en los ojos y contra su voluntad tuvieron que secundar esta orden, que no admitía excepción alguna. Esto nos obligó a multiplicarnos un poco más y hacer que nuestras horas tuviesen algunos minutos más, por arte de la magia del amor solidario y entregado.
Una actividad promovida por el ayuntamiento, y que secundamos, pedía a todos los ciudadanos a apuntarse para ayudar a las personas mayores de 65 años (que han sido las únicas que han tenido prohibida la salida de sus casas) con las compras y llevárselas a casa. En la iniciativa han participado algunos de nuestros religiosos más jóvenes y gente de Cáritas.
Los programas de atención a personas en necesidad se han realizado a través de la web, impartiendo clases, prácticas y encuentros personales con los psicólogos o terapeutas. En el caso de los vagabundos y sin techo, nuestros programas dos veces por semana han preparado paquetes de alimentos surtidos con todo lo necesario para su alimentación de tres o cuatro días. Se han entregado semanalmente 400 paquetes de este tipo en los dos programas que tenemos aquí y en Pskov.
En el caso de los niños en peligro de exclusión social, nuestros trabajadores y voluntarios han acompañado a sus madres una vez por semana al supermercado. Allí, ellas mismas han comprado lo que necesitaban para sus hijos por valor de unos 3.000 rublos (unos 25 euros) que corría a cargo de nuestro programa de ayuda.
Un aspecto particular de este tiempo ha sido el acompañamiento profesional de las mujeres que han sufrido violencia doméstica. Con la pérdida brutal de los puestos de trabajo, el confinamiento y la falta de perspectiva, ha aumentado considerablemente el consumo de alcohol. Y como consecuencia del alcoholismo, las agresiones físicas y psicológicas a la mujeres por parte de sus parejas. Los trabajadores de este sector en Cáritas San Petersburgo, han tenido mucho trabajo extra en estos meses de confinamiento y parece ser que los casos no tienden a disminuir.
Estas han sido, a grandes rasgos, las actividades que hemos desarrollado. Gracias a Dios, hemos experimentado la solidaridad de nuestros amigos de Europa. En Alemania se han organizado colectas especiales de ayuda para nosotros. Hace un par de días, el cónsul de Bélgica nos entregó dos cajas con máscaras y material sanitario. Seguimos necesitando ayuda y andamos con el agua al cuello económicamente. El otro día, me decía la Directora: «Batiushka, no tenemos dinero para pagar el sueldo mensual a toda nuestra gente. He decidido que usted y yo este mes nos quedemos sin paga. Yo tengo a mi marido que me ayuda y a usted le ayuda su comunidad. Los demás no tienen a nadie». Me pareció la cosa más natural del mundo. Cuando la necesidad aprieta, yo me alegro al experimentar en propia carne algún pequeño efecto de la pobreza, que voluntariamente he profesado vivir como misionero claretiano. De este modo, la pandemia hasta me ayuda incluso a vivir mejor mi vocación misionera.