El encuentro, celebrado en Zaragoza, pidió que el P. Juan Lozano continuara con su labor como sacerdote claretiano asesor
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Misioneros de la Misericordia
El mundo entero está que arde: parece que el deseo más vehemente de Jesús sigue haciéndose realidad: “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!” Desde que el Papa Francisco envió a más de mil “misioneros de la misericordia” en todas las Diócesis ha cundido el ejemplo. Esta Cuaresma de la Misericordia se está convirtiendo en un fenomenal despliegue de mensajeros del amor inmenso de Dios hacia cada uno de sus hijos.
“Ser misionero de la misericordia es una responsabilidad que le es confiada a ustedes porque se les pide ser en primera persona testimonio de la cercanía de Dios y de su modo de amar”, dijo el Santo Padre a los cerca de 1.000 sacerdotes enviados desde el Vaticano a todos los rincones del mundo a testimoniar el amor, el perdón y la misericordia de Dios. “El amor universal es mejor que el egoísmo, la no violencia es mejor que la violencia y la paz es mejor que la guerra”.
Muchos claretianos están llevando también, en muchos lugares del mundo, el abrazo del Padre que acoge a todos sus hijos perdidos en la oscuridad del pecado, la desesperación, la injusticia, la miseria o la guerra. Para nosotros, misioneros, esta Cuaresma de la Misericordia debe suponer una llamada especial, a convertir el corazón, a secundar al Papa y a nuestros Obispos, a revivir nuestra llamada y vocación, a lanzarnos a llevar la Buena Nueva en especial a los más pobres y excluidos, a los más alejados y sufrientes.
“Somos misioneros”, nos hemos dicho en el último Capítulo General respondiendo a la llamada que hemos discernido que Dios nos hace en este momento de la historia. Somos misioneros, pues: pongamos todas nuestras fuerzas, nuestro tiempo, nuestras cualidades y debilidades al servicio del anuncio del Reino nuevo del Amor, la Justicia y la Paz, posible porque Dios nos ama, a todos, con locura, hasta dar la vida en una Cruz por salvarnos.
Seamos misioneros, desde las entrañas del corazón, encarnado la misericordia, como el Señor desea de nosotros, para que prenda su fuego hasta en el último rincón de la Tierra.