En el mes de octubre se cumplirá medio siglo. Muchas personas llevaban años impresionadas por la bondad de aquel hombre mayor, bajo y regordete, que se presentaba como Juan XXIII. Le reconocían por las fotografías de periódicos y revistas, casi siempre en blanco y negro, por las imágenes de los documentales (nodos) que se proyectaban en los cines o de algún televisor visto al pasar por delante de una tienda.
Sus gestos habían ido cautivando a muchos. Rebosaba bondad y alegría, pero aquel 11 de octubre de 1962 se superó: el día había sido intenso, se había inaugurado el Concilio Vaticano II y bajo una preciosa luna llena decenas de miles de personas caminaban con las antorchasencendidas recordando la procesión celebrada en Éfeso, en otro concilio, mil quinientos años antes. El Papa, emocionado y sorprendido, improvisó para hablarles: "Al volver a casa veréis a vuestros niños: hacedles una caricia y decidles 'es la caricia del Papa'. También encontraréis rostros con lágrimas que enjugar; llevad a los que sufren una palabra de aliento y decidles que el Papa está con ellos".